sábado, 4 de junio de 2016

La Magna Grecia catanesa: Parte II



14 a 18 de octubre de 2015

IV Taormina, la Magna Grecia  

Taormina es también la Magna Grecia. De modo que marchamos a ella, luego de conocer Siracusa, creyendo saber con qué nos íbamos a encontrar… y, sin embargo, Taormina es como si fuera una contra cara de la Patria de Arquímedes.

 Las imágenes pertenecen al autor
Me explico. Es una ciudad bella, muy bella, pero el recorrido que lleva desde la entrada hasta el teatro griego sólo admite turistas. No hay fachada que no se encuentre ocupada por un comercio dedicado a los visitantes.

En Ortygia, centro histórico de Siracusa, también los hay; pero la ciudad tiene una vida propia y calles a las que el interés de los turistas no accede (nos hemos perdido entre ellas, de modo que lo digo por experiencia). Hemos comido en un pequeño bar en la entrada del área peatonal, donde sólo ofrecían comida siciliana. En Taormina, los restaurantes de cocina local están claramente disimulados detrás de una fachada internacional, como los del barrio de San Marco en Venecia.

También es diferente el teatro griego. Nos encontramos con un edifico muy intervenido. Pero aquí no hay un defecto, sino una virtud. El teatro de Taormina tuvo y sigue teniendo funciones de tal. Ha permanecido activo a lo largo de los siglos y, como corresponde, un edificio que se usa, debe ser mantenido. Ese mantenimiento, desde luego, ha ido llevando con los materiales y las técnicas disponibles en cada siglo. Puede verse, incluso, un tablado moderno en el sitio del escenario.

Taormina es bella. A Haydée, le encantó. A mí me pareció lo menos interesante de nuestro pequeño giro por Sicilia.

V Catania de día

Antes de ir a Taormina, fuimos al centro de Catania a plena luz del día. Acertamos en haber ido de noche la primera vez. De día, los edificios vuelven a tener la dureza de lo real y, aunque no todo es vigilia, cuando tenemos los ojos abiertos(1); en este caso, hemos logrado despertar.


¿Es acaso que Catania perdió su magia? No, sólo ocurre que, de día, no hay que buscarla en el Centro, sino en el mercado de pescadores.

Me fascinan los mercados, lo he dicho muchas veces. Me encantó caminar por Rialto durante la mañana de un día de semana. Pero, éste, el de Catania, tiene un encanto especial. En otro artículo, lo describo. Pero sólo diré que, entre tantos puestos que vendían pescados y frutos de mar, hortalizas y verduras, había uno que ofrecía aceitunas. Compré un puñado de aceitunas scacciatas, bastante picantes (¿Por moda o por influencia calabresa? No pude saberlo), que me fui comiendo camino a Taormina.

VI Módica y el señorío aragonés

Llegar a Modica ha sido la comunión con lo cercano, con lo vital, con lo entrañable. ¿Qué es lo que tenemos que ver con esa ciudad importante de Sicilia? Haydée, poco. Sólo lo que pudo entreverla en las historias que le he ido contando. Yo, mucho. Este rincón del planeta está vinculado con intensos momentos de felicidad en torno de un pan llevado con amor a la mesa navideña.


Durante más de quince años compartimos la Fiestas con Ignacio Migliore y su mujer Susana Bertoloti, suegros de mi hermano Alejandro. Como en tantas otras familias en La Argentina, las reuniones eran multitudinarias y se organizaban según las pautas de una sencilla economía familiar. Mi tío hacía ensalada de fruta, mi padre un pequeño asado y cada uno llevaba algo para compartir en la mesa.

Susana es calabresa. Ignacio, siciliano… sí, sí de Modica. Susana es una gran cocinera y aprendió preparar platos sicilianos porque Ignacio es un cultor de la buena mesa y le fue pasando sus conocimientos sobre la cocina de su pueblo. Ya he publicado una recopilación de sus recetas(2); pero ahora quiero recordar una. Es que, Susana nos deleitaba todos los años con un pan único, la Scaccia. Era una escena repetida ver a don Ignacio contando historias de su ciudad natal, a Susana sirviendo la Scaccia y, a nosotros delirando de placer con ese pan chato y relleno.

Indagando un poco sobre el origen de la preparación, advertí que se trataba de una receta originaria de Modica, al punto que he visto, en varias oportunidades, que se la denomina, lisa y llanamente, Scaccia modicana(3). De modo que cuando decidimos conocer Sicilia, esa tierra misteriosa, arrasada por múltiples influencias culturales, el programa comenzó a tener un detalle adicional que lo hacía importante: si elegíamos el sudeste de la isla, no sólo buscaríamos los testimonios arqueológicos de la Magna Grecia, sino que, también, podríamos probar Scaccia modicana en Modica misma.

Cada Navidad, veía a don Ignacio feliz de comer la Scaccia como si, junto al Niño Jesús, él mismo renaciera nel suo lontano paese… y yo comía feliz porque ese pan de Susana era increíblemente sabroso y porque, en cada mordisco, sentía la presencia de una palpable autenticidad. De modo que ir a Modica era más que alcanzar una meta de camino, era como llegar a un centro y encontrarme con algo que durante años me ha producido felicidad. Haydée que no compartió aquellas navidades, pudo probar la Scaccia que hice un par de veces y la de Susana en una fiesta familiar reciente. Pudo comprender, entonces, mi deseo profundo.

Cuando le confiamos el proyecto a Rosanna Contessa, nuestra anfitriona en Catania, nos agregó que Modica no sólo era famosa por la Scaccia, sino también por el chocolate hecho con viejas recetas aztecas que trajeron los españoles desde América. Nos explicó que hacían un chocolate picante que lleva peperoncino. Inmediatamente, mi mente encontró allí, en una infundada asociación de ideas, la influencia aragonesa. Es que es verdad que la comida española no es picante, pero hay recetas catalanas de conejo que llevan chocolate en la salsa.

Íbamos, además, con referencias para encontrarnos con Ana María, prima de Roxana Migliore, mi cuñada. De modo que el umbral de expectativas era muy alto, propicio para el desencanto. Pero ocurrió un milagro: Modica no sólo no nos defraudó; sino que nos dio más que lo que esperábamos.

Hicimos dos recorridas por la ciudad. La primera, aunque intensa, nos permitió relevar la superficie como turistas bien informados. La segunda, con Ana María, pudimos escarbar un poco más en las entrañas de esa bella ciudad barroca.

Antes de encontrarnos con Ana María en Piazza Giacomo Matteotti a media tarde, tuvimos tres horas para hacer un recorrido por el centro histórico. Salvo tres edificios construidos hace unos cuarenta años, el paisaje barroco le da una impronta bella y homogénea a esta ciudad. Esa visión nos impactó de tal forma que supimos que con eso bastaba para justificar nuestro viaje desde Catania.

Luego de andar y ver fuimos por la Scaccia. No fue sencillo. Hubo que hacer consultas, pasar y repasar calles, hasta que dimos con el pequeño bar de don Angelo Di Martino. Llegamos con la advertencia de que era allí donde se comía la mejor Sacccia modicana. Uno nunca sabe… y, sin embargo…

El Piccolo Bar es realmente pequeño y se ubica en un rincón de la Piazza Matteotti. La Scaccia que nos ofreció don Angelo era muy buena (la preparaba personalmente su mujer a quien conocimos, por supuesto). Sólo sentía que encontrarme allí era como un presagio de cosas buenas, de felicidad experimentada en un momento simple y llano. Sentía la satisfacción por haber completado un arco imaginario que me condujo, como el vuelo de una flecha, desde mi barrio de Mataderos en Buenos Aires hasta la esencia de ese rincón de Sicilia. ¿Es exagerado lo que digo? No sé, es lo que sentí.

La conversación con don Angelo fue animada e intensa. Me habló de sus parientes en Argentina, sin poder comprender la dimensión de Buenos Aires. Le hablé del padre de Roxana. Me habló de Modica Alta y Modica Baja (me pareció entender que el poder aragonés se había concentrado en el barrio alto) y ofreció una cazuela con un plato típico: Fabes modicanas (una especie de Fabada o Cassoulete que se me ocurrió muy catalana, esta vez con asidero).

Cuando nos encontramos con Ana María y convinimos en que no podíamos quedarnos a cenar, nos dijo que era una lástima, que ella sabía por Roxana que nos gustaba la Scaccia y que, antes de ir a su casa a tomar café, debía suspender el encargo que había hecho. Entró en el Piccolo Bar y dijo que no llevaría lo que le había encargado (obviamente, Scaccia). Don Angelo vio con asombro, casi con incredulidad, en qué circunstancia habíamos regresado a su local. En tanto, Ana María afirmaba que allí se ofrecía al mejor Scaccia de toda la ciudad.

Pero ésa no fue la única revelación. La amable mujer nos condujo hasta su casa por una calle lateral. Nos introdujimos en un barrio tradicional de Modica con imponentes edificios de piedra. Los relatos de Ana María intercalaban episodios de la vida familiar y con los de la historia de la ciudad. Allí nos enteramos del terremoto de 1694 que destruyó la ciudad y de los 80 años que llevó reconstruirla; de la aventura argentina de su suegro (hermano de don Ignacio); del castillo del Conde de Modica y su reloj; de la vida de sus hijos (los de Ana María, claro está); del casamiento del conde de Modica con una española en pleno período de dominio aragonés…

Su casa, en un edificio del siglo XVIII, reconstruido y “modernizado” con respeto extremo. Lo que veíamos iba dándole la razón a nuestra anfitriona.  Cuando nos asomamos al balcón y volvimos a ver el reloj del castillo, comprendimos el carácter señorial de la ciudad sostenido por la estrategia del conde que fortaleció su poder en una alianza con los aragoneses.

Las imágenes del príncipe de Lampedusa afirmando que Sicilia nunca tuvo tiempo de ser ella misma se me presentaron claras en la mente(4). Había visto ya la influencia griega y romana frente al Mar Jónico y española en Modica. Quedará para otro viaje explorar los restos de la presencia cartaginesa, normanda y sarracena…

El resto de nuestra estadía en esa bella ciudad se redujo… no, no, si lo tengo que decir con propiedad debo expresarlo así: el resto de nuestra estadía en Modica se amplió con nuestra visita a la prima María que vive en las afueras. Postres, licores y una catarata de afecto sobre el tío que vive al otro lado del Océano… ¡Cómo me hubiese gustado estar allí mismo, en Modica, con don Ignacio Migliore! “¿Un poco de vino, don Ignacio?” “Se, un pò…” Salute.

VII Últimas imágenes de Catania

Sábado a la tarde. Estábamos un poco tristes porque en la mañana del día siguiente debíamos partir de Sicilia. Bueno, esa noche coronaríamos con una deliciosa cena en el centro de de la ciudad, en nuestro ya amado U Fucularu. Pero ahora caminábamos por la Piazza Pardo hacia la Vía Cristoforo Colombo rumbo al hotel. Eras las primeras horas del ocio del fin de semana en ese barrio de esforzados trabajadores del mar.

Debajo de los arcos del ferrocarril y en la plaza, en los lugares en donde se veían hasta el medio día improvisados puestos de comida callejera, se veía a grupos de hombres jugando a las cartas. También se los veía en bares, kioskos y otros negocios que ya no atendían al público. Me llamó la atención ver las puertas entre abiertas de estos locales, como si hicieran alarde de la publicidad de esa actividad recreativa.

Intrigado hice mis averiguaciones, afortunadamente entre mujeres. Es el juego de las Tres Cartas (ignoro si tiene algo que ver con el Tresillo español, como convendría a una justicia poética siciliana). Está prohibido porque se hacen apuestas. Pero lo más interesante es que, mientras juegan, hay algunos que simulan perder siempre. La trampa consiste en que siempre habrá un ingenuo que pasa por las calles, que los ve jugar, que ve que hay algún perdedor nato. Los jugadores invitan a participar al ingenuo visitante con la única intención de esquilmarlo en las apuestas. Después tantos años de sábados a la tarde, ¿seguirá habiendo ingenuos en Catania?
Notas y referencias
(1) La metáfora se la hurté a Macedonio Fernández
(2) “Susana e Ignacio Migliore, el sur (de la bota) también existe”, leído en http://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2012/09/susana-e-ignacio-migliore-el-sur-de-la.html, el 10 de diciembre de 2015.  
(3) Por ejemplo, este artículo leído el 10 de diciembre de 2015 en http://www.cbg.es/blog/2015/02/16/la-scaccia-modicana-de-oliver-balteo-receta-sicilia/.
(4) 1958, Tomasi de Lampedusa, Giuseppe, El Gatopardo, Buenos Aires, Longseller S. A., 2001, trad: Dalia G. Sonatore de Areco, pp. 173-181.

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