sábado, 26 de diciembre de 2015

Julio en Mar del Plata II: la misteriosa invención de los sorrentinos

Las leyendas han cumplidos funciones compensatorias a lo largo de las historias de la humanidad. A través de ellas, de sus relatos fantásticos, hiperbólicos, inverosímiles, los seres humanos hemos aprendido a disciplinar nuestros miedos en las sobremesas cálidas en el seno familiar. Con el tiempo se han ido transfigurando y han servido de apoyo para otras funciones como propagar ideas o vender productos. Pero en todas sus formas, tienen algo en común, su fondo de verdad. Este fondo casi nunca es heurístico, las leyendas prefieren esconder sentimientos y sensaciones antes que hechos realmente acaecidos.
Las imágenes pertencen al autor
Para no quedarnos en un pasado de mitologías de estatura literaria, me limitaré a observar algunas leyendas urbanas clásicas de nuestro tiempo con la finalidad de desentrañas un misterio. Hoy, estos relatos se han multiplicado hasta el infinito a través de las magia de las herramientas de comunicación global que nos ofrece La Internet. Sin herramientas críticas, solemos “navegar” por ellas creyendo que ese océano virtual contiene toda la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. Pero no nos damos cuenta de que, a través de varias décadas de profusa acumulación, nuestra confianza en la portentosa herramienta nos condujo al descuido de los anclajes de tiempo y espacio, vitales para determinar la veracidad de ciertas afirmaciones cuando de la reconstrucción de cadenas causales se trata.    
Las creaciones culinarias representan un caso especial de lo que vengo diciendo. Ya he escrito mucho sobre la dificultad de datar el origen de una determinada preparación o receta. En muy pocos casos es posible dar con un creador individual. Personalmente suelo contentarme con la idea de reconstruir recorridos de determinadas formas y técnicas culinarias, detectando transformaciones y nuevas soluciones en tiempos y espacios relativamente delimitados. La tarea sigue siendo bastante inasible, pero permite arribar a ciertas conclusiones algo más firmes. En ambos casos, las creaciones individuales o colectivas suelen estar rodeadas de esos relatos legendarios de los que vengo hablando, de modo que es necesario hacer un esfuerzo por separ la paja del trigo.
I El origen legendario de los sorrentinos en La Argentina  
Es 9 de julio. Estamos con Haydée en Mar del Plata. El frío nos condujo a un restaurante de pasta que no conocíamos (aunque su fama entre los marplatenses, como pudimos comprobar esa noche, es indudable). Nos sentamos a comer en Trattoria Napolitana Véspoli. En la carta nos encontramos con el lema “La Primera Sorretinería del País”. La incitación sobre este Recopilador fue inmediata. ¿Qué tendrá que ver este restaurante con la creación de esta pasta rellena que muchos reputan como argentina? Traté de no ser cargoso con mis preguntas, pero las pocas que hice obtuvieron respuestas elípticas... pero vayamos por partes, ¿qué sabía yo sobre el tema?
En primer lugar aclaremos de qué estamos hablando. Los sorrentinos son unos ravioles circulares cuyo relleno original sólo llevaba jamón cocido y queso mozzarella. Ese relleno ha evolucionado hacia formas muy sofisticadas (sorrentinos de centolla, de cordero braseado, etc.), pero a los efectos de nuestra indagación debemos limitarnos a esa primera fórmula.
La primera noticia que tuve acerca de su origen está registrada en el libro de Víctor Ego Ducrot quien sostiene que se trata de una adaptación de los ravioles oficiada en el restaurante El Sorrento que estaba en la esquina de Corrientes y Cerrito en Buenos Aires (ignoro si tiene algo que ver con el restaurante Sorrento actual que está ubicado en la Av. Corrientes entre Florida y Maipú)(1). He visto repetida esta historia en diversos sitios de  La Internet con el agregado de que la invención ocurrió en los años treinta y de que el cocinero que los ofició por primera vez era marplatense(2). Ducrot no aporta referencias para sostener su aserto. A su vez, el relato publicado en Vía Gourmet que tomo en el segundo caso, sostiene que se trata de una leyenda y la coloca junto con otra que le asigna a esta pasta un origen en la ciudad de Sorrento en el siglo XVIII. Este texto no sólo carece de referencias en relación con el origen de esas historias que he visto repetidas en otros Sitios, sino que carece de las específicas: no se puede reconocer un autor ni la fecha en que fue publicado en la Web.
Con la intriga a cuestas, consulté el libro de Oretta Zanini De Vita(3) y no encontré una pasta parecida en el sur de Italia. Los ravioles redondos que publica eran de otras regiones y ni su nombre, ni su relleno, tenían algo que ver con nuestros sorrentinos. 
Finalmente encontré un texto revelador y correctamente referenciado. En 2010, Nicolás Marchetti publicó un artículo muy interesante en el suplemento “Vos” de La Voz. El artículo recoge el testimonio Horacio Pérsico dueño de la fábrica de pastas Don Cayetano de la ciudad de Córdoba(4). Don Horacio cuenta “Mi padre llegó con su madre a la Argentina en 1927. Vivían en Mar del Plata y en 1968 los vendían en su restaurante. Eran como un sombrero relleno y lo llamaron ‘sorrentino’ en homenaje a su región”, cuenta con detalle Horacio.”
Marchetti ha consultado otras fuentes. Por ejemplo, Donato de Santis le ha dicho, vía correo-e, “Hasta donde yo sé, los sorrentinos en Italia no existen...  Existen unos ravioli di pesce alla sorrentina y otros similares, pero como sorrentinos no se los conoce. Es probable que haya sido un invento del Río de La Plata, debido a la gran inmigración de napolitanos”
Por su lado, Tomasino (el propietario de la pizzería de Vélez Sársfield y Brasil), oriundo de Calabria, asegura que en el sur de Italia ya existían pastas parecidas, pero con otro nombre. “Los italianos inventaron todo”, subraya, sin dudar.
Por último: Sergio Minoliti, el chef de Piccola Italia. Él cuenta que que conoció a los sorrentinos cuando llegó a Córdoba hace 12 años. En fin. No se ponen de acuerdo.”
Don Tomasino, no aporta el nombre y las características de aquella pasta que menciona de modo que su testimonio resulta irrelevante. Se parece mucho a ciertas argumentaciones de inmigrantes o hijos de inmigrantes cuya mentalidad provinciana y colonial les impide concebir que los americanos seamos capaces de crear algo, es más, que algunos de sus paisanos puedan haber creado algo en América.     
De modo que, hasta aquí tenemos un ramillete de leyendas y un testimonio. Las primeras dan cuenta del origen incierto de esa pasta, pero el soporte crítico parece indicarnos que se trata de una creación argentina (así parecen indicarlo el libro de Oreta Zanini y los testimonios de Donato y Sergio Minoliti) cuyo origen estaría relacionado con la ciudad de Mar del Plata. El testimonio afirma que fue el padre de Horacio Pérsico su inventor. El relato de don Horacio tiene un único defecto, no nos trae la fecha de la creación y la única referencia temporal que da (1968) me parece muy tardía para ubicar allí el momento de la creación. Salvo por esta esta indicación, el testimonio es contundente y, aunque no podemos afirmar la verdad de la historia expuesta en él, nada nos permite afirmar que el testimonio sea falso.
De modo que, salvo que aparezca otro dato en Italia o en La Argentina que pudiera datar la existencia de esta pasta antes de 1930 para Italia o de 1968 para La Argentina, podemos presumir provisoriamente la referencia que registra Marchetti en su artículo es verdadera.
Y sin embargo...     
II Véspoli y la primera sorrentinería del país
Patricia Véspoli, sobrina de Argentino “Chiche” Véspoli, y su marido están a cargo del restaurante de la calle 3 de Febrero a media cuadra de la Av. Independencia desde que don Chiche falleció hace algunos años. El local evoca las viejas cantinas italianas que florecieron en Buenos Aires a mediados del siglo pasado... Aunque le falta un poco de música, logro imaginar la voz metálica de Pavarotti cantando Torna a Surriento.
¡Ah! Observo un  detalle de actualidad en el local, la cocina está abierta a las miradas de los muchos parroquianos que concurren diariamente.
Junto al mostrador de adicionista que ocupa Patricia cuelga, en un marco prolijo, un diploma otorgado por el Club de Leones de Sorrento a don Argentino a quien declara “Cittadino sorrentino d'altreoceano” y lo distingue porque representa la proyección de Sorrento en La Argentina por ser el “proprietario de “La Primera Sorrentinería del País”” que es el lema del restaurante, y que está escrito, en el diploma, entre comillas, con mayúsculas y en castellano. El documento está reproducido en la carta del restaurante y me llamó tanto la atención que conmovió mis conocimientos anteriores. Entonces me propuse recuperar la historia completa de boca de Patricia y de su marido.  
La charla con el matrimonio fue entrecortada porque estaban trabajando y yo no quería molestarlos. Me hablaron de 100 años en la vida de ese restaurante, primero como un puesto en la rambla, luego en un local importante a pocas cuadras de allí (Córdoba y 11 de Setiembre) y desde hace más de 40 años en la locación actual. Sus comentarios fuero elípticos, ya lo dije. La familia Véspoli llegó a La Argentina en la última década del siglo XIX. Me dijeron que tempranamente ofrecían sorrentinos a sus clientes en aquella instalación primitiva; pero no logré que profieran un contundente “Mengano Véspoli los inventó”.
No es mucho lo que obtuve, pero tampoco escaso. ¿Qué nos dice la declaración del Club de Leones? En primer lugar, el texto entre comillas y en castellano nos induce a pensar que no existen las sorrentinerías en aquella ciudad del sur de Italia. ¿Por qué utilizarían la forma de un nombre propio, y escrito en idioma extranjero, si el sustantivo común existiera y fuera de uso corriente? También nos dice que Mar del Plata y la familia Véspoli tuvieron que ver con la creación de esa pasta.    
Este documento, ¿pone en entredicho el relato de Horacio Pérsico? Sólo si se lo toma en sentido absoluto... Estamos muy cerca de encontrar el acta de nacimiento de los sorrentinos. Tenemos una razonable sospecha de que ello ocurrió en Mar del Plata; tenemos dos historias diferentes, pero que, por el estilo de exposición no parecen contradictorias en términos absolutos (una dice que un señor invento una comida, la otra que ese fue el primer restaurante en ofrecerla). Nos falta algo más para acceder al fondo de verdad de esta leyenda... me he propuesto buscarlo.
Notas y Referencias:
(1) 1998, Ducrot, Víctor Ego, Los sabores de la patria, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma. 2008, 2° edición corregida y aumentada, pp.129-130.
(3) 2009, Zanini De Vita, Oretta, Encyclopedia of pasta, Los Ángeles, University of California Press, pag. 200.

(4) 2010, Marchetti, Nicolás, “El misterio de los sorrentinos”, leído el 16 de julio de 2015 en http://vos.lavoz.com.ar/content/el-misterio-de-los-sorrentinos-0.


Julio en Mar del Plata I: restaurantes y museos

No voy a decir más que lo obvio: Mar del Plata es una ciudad maravillosa. ¿En qué reside su maravillante esplendor? No lo sé. En lo personal,  siempre pensé que era como una réplica de Buenos Aires junto al mar y eso me conformaba... tal vez allí esté la llave del misterio. Es que en algún sentido esa identidad es un valor originario sustentado en hechos concretos. Juan de Garay, el fundador de nuestra Atenas platense, anduvo 80 leguas hacia el sur, casi en línea recta, hasta que dio con la “galana costa” de Mar del Plata(1) y, desde entonces, desde esa eternidad, ambas ciudades parecen estar unidas por un conducto invisible... y si no, ¿cómo explicar que siendo una ciudad balnearia, sea el sitio preferido de muchos viajeros en pleno invierno?  
 
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Y así fue... A principios de julio de 2015, fuimos con Haydée en plan de visita familiar y de paseo de disfrute. Aquí unas notas de lo que vivimos en esos días.
I Una recorrida gastronómica
Para la vocación geográfica de este Recopilador de sabores, una ciudad puede concebirse como una red de boliches (bodegones y restaurantes de copete, cafés, pizzerías e ainda mais)... Sí, sí, pero, tratándose de Mar del Plata, todos deben ser locales de comidas lentas, claro está.
Es por eso, y porque el paisaje de la Pampa Húmeda invita tanto a andar con morosidad como a llegar pronto, es que nos gusta detenernos en la Parrilla Santa María de la localidad de Maipú. Está sobre la autovía, muy cerca de la entrada principal de la ciudad (sí, es ahí mismo, donde está la vaca). El ritual es comer una deliciosa porción de chorizos chacareros y que el dueño nos pregunte si somos porteños, porque, si lo somos, es probable que no nos guste.
Esta vez logré emocionarlo porque le llevé una copia de un viejo artículo que publiqué en El Recopilador en junio de 2012. En ese texto, describía boliche y personaje... y ritual. Si van en verano, pidan los chorizos secos y pechito de cerdo al asador (en invierno, las condiciones del local reducen el asado a la parrilla que también es muy buena).
Ya instalados en el barrio de La Perla, caminamos por la desolación de la calle 3 de Febrero, entre La Rioja y Corrientes. Fiera venganza, la del tiempo, que te hacer ver deshecho lo que uno amó. En todo el recorrido, pueden verse los chalecitos típicos de la ciudad, esos que tienen revestimiento de piedra en los frentes y prolijos tejados. Casi todos están abandonados y exhibiendo carteles de venta. Entre ellos, ya se levantan edificios nuevos e insípidos, signos del destino que les espera.
No es nueva esta política de planificación urbana en Mar del Plata; pero alguna vez habría que ponerle un límite, como parece ocurrir, quién sabe por cuánto tiempo más, en la zona del mismo barrio que se despliega hacia el noroeste del cruce de las avenidas Independencia y Libertad. Quienes hayan leído otros artículos míos saben que pienso que el atractivo turístico de las ciudades no reside en que se parezcan entre sí, sino en sus caracteres diferenciadores.
Luego salimos al mar y recorrimos la costa desde Punta Iglesias hasta las viejas piletas del Hotel Provincial. Terminamos nuestra tarde tomando café en la Boston sobre la calle Buenos Aires. Este local puede recibir sin temor la vieja denominación de confitería. Allí se pueden comer tortas, sandwiches y picadas y uno se siente sumergido en un pasado difícil de encontrar en otros lugares. La boiserie que cubre las paredes y los ingredientes de los platitos para la picada (Lomo strogonoff, pollo al verdeo, etc.) nos remiten al esplendor de un refinamiento típico de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.       
La noche transcurrió en el cálido ambiente de la Trattoria Napolitana de la familia Véspoli (La Primera Sorrentinería del País), en la calle 3 de Febrero entre Catamarca y la Avenida Independencia... pero esta fue una historia especial a la que accederé en otro artículo.

El día siguiente lo repartimos, en términos gastronómicos, entre el Rincón Vasco (Juan B. Justo y Entre Ríos) y la pizzería Pedrito (Salta y French) donde disfrutamos de una hermosa velada con los sobrinos de Haydée.
No me canso de ir al Rincón Vasco y de discutir con el Lendakari si el Bacalao ajoarriero lleva o no cangrejo. La calidez del lugar y la calidad de su oferta justifican nuestra reincidencia. Compartimos unas gambas al ajillo memorables y un abadejo en salsa verde muy bueno que se dejaron acompañar por un buen torrontés salteño. Mientras charlamos, y comemos, contemplo la ambientación. Me detengo en las láminas con equipos de fútbol. Están el Athetic de Bilbao, la Real Sociedad, el Osasuna y el Deportivo Alavés... No falta ninguno, aunque mi corazón hubiese admitido el poster con el equipo de aquel legendario Deportivo Logroñés que jugó en la primera división de España antes de su catastrófica desaparición...    
A las revelaciones de la familia Véspoli, oriunda de Sorrento, atendida por la segunda generación de argentinos, debo sumar la sorpresa que me provocó Pedrito. Una pizzería que, según se lee en una plaqueta dispuesta  bajo el retrato de su fundador, fue creada en 1952. Nada indica, a simple vista, el origen de Pedrito. Es una pizzería, ¿nos induce a pensar una identidad italiana? Aunque no necesariamente. Hay una pizarra impresa en una tabla que conserva las características de la estética de los años cincuenta del siglo XX. Allí se ofrece Pescadito frito... sí, como si estuviéramos en Cadiz...
En fin, Juan Castagnari nos informa que el fundador de esa pizzería fue Pedro Vento, un inmigrante siciliano arribado a Mar del Plata durante la posguerra(2).
Los cierto, es que la trazas de bodegón argentino se conservan desde su creación en la iconografía que ambienta el lugar en el que hoy sólo se venden pizzas. Las preparan sin molde sobre el piso de un horno visible desde todo el ámbito del local. La pizza es deliciosa porque si bien la masa no alcanza un volumen notable (es más bien fina), tiene una esponjosidad   que la diferencian de esas galletitas que suelen vendernos por pizza a la piedra en tantos locales de Buenos Aires con la finalidad, sospecho, de provocarnos la idea visual de que podemos conservar la dieta comiendo pizza.
Les puedo asegurar que la pizza de Pedrito es adictiva.        
II Mar, Museo de Arte Contemporáneo
La mañana es fría; pero como no hay viento, está soleado y no hay turistas, caminar por la rambla marplatense resulta un ejercicio apacible y recomendable. Decidimos, con Haydée, caminar por allí desde la Plaza España hasta el Mar, el nuevo Museo de Arte Contemporáneo, que está casi llegando a la Avenida Constitución.
Uno a uno superamos los hitos familiares de ese recorrido que es bastante habitual para nosotros. La tradicional fábrica de alfajores de Havanna, la pizzería de Pedrito, donde iríamos a comer esa noche con nuestros sobrinos y el monumental Palacio Unzué que con mucho esfuerzo está restaurando el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. El edificio impresiona por su sencillez: tres cubos de hormigón casi ciegos (cuando se recorre la muestra, se puede observar la funcionalidad de esta estructura) soportados sobre una planta cuya fachada principal está ampliamente conectada con el exterior a partir de una gran vidriera.     
En el atrio (no sé cómo llamarlo de otro modo), al aire libre, hay una escultura que impresiona por evocarnos algún objeto kitsch: un enorme lobo marino que desde lejos parece ser de metal con vetas doradas y plateadas. Si te parás cerca de él, te das cuenta que está hecho con envoltorios de alfajores. Fui virgen de información al Museo, de modo que cuando leí la firma del autor de la escultura, tuve un sentimiento ambivalente: nada de lo que haga Marta Minujín me sorprende. Su concepto del arte que parece expresarse en la ejecución de obras efímeras, la llevó a idear un lobo marino hecho con alfajores en Mar del Plata. Pero nosotros, los simples mortales, no resistimos ese concepto y soñamos con obras permanentes. Por fortuna para nuestra limitación, las autoridades del Museo pensaron lo mismo. Según me contaron, durante casi un año la escultura estuvo hecha con envases auténticos de alfajores, pero recientemente los reemplazaron por un símil hecho con materiales más resistentes.     
Adentro se exhibe la exposición semestral “Horizontes de deseo”. Las obras responden a los más diversos géneros de las artes plásticas, desde el dibujo y la escultura hasta el video y la animación. Haydée quedó muy impresionada con varias obras y yo también. A ella le encantaron los videos a mí las esculturas y algo más. Cuento de mis preferidos:
En la sala 3, hay una enorme construcción de madera de Mariana Tellería que pone en escena las imágenes de un naufragio. Es notable el detalle con que la escultora reproduce fragmentos de partes de un navío antiguo (digamos del siglo XVIII)... también es notable que el conjunto sólo se puede mirar desde adentro porque la obra está contenida en todo el ámbito de la sala y no ofrece una mirada en perspectiva.
En la sala 2, hay un sector en que se exponen las piezas de una colección de materiales ferroviarios. La boiserie verde, el banco de madera y los boletos Edmonson me evocaron un pasado que alcancé a vivir (yo anduve, les puedo asegurar, en trenes tirados por locomotoras a vapor) y que, en algún lugar, en donde los edificios aún no fueron alcanzados por la voracidad modernizadora de los funcionarios, aún pueda disfrutarse aunque sólo sea de manera fragmentaria (alguna sala de espera que se conserva original, algún reloj centenario que todavía funciona, etc.).   
Pero fue en la sala 1 donde obtuve la mayor recompensa. Pocas cosas me fascinan más que las visiones futuristas que se construyeron en el pasado. Tal fue el caso de la exhibición de dibujos y maquetas del arquitecto Amancio Williams. La obra de don Amancio está tan ligada a Mar del Plata como los alfajores que Marta Minujín utilizó para su escultura. Fue él quien diseñó y construyó la Casa del Puente para su padre, el célebre músico argentino Alberto Williams(3). Se exhiben unos dibujos y maquetas de su proyecto para la construcción de monobloques en Buenos Aires (1942). En ellos, cada departamento estaba acompañado por una terraza jardín (anticipando los techos verdes tan de moda en el siglo XXI). También pueden verse sus diseños de una ciudad para construir en la Antártida y una pieza magnífica: la maqueta original de la Casa del Puente. Todo el material, se nos informó, pertenece al archivo de Williams(4).    
La sala está coronada por una escultura de Martín Huberman. No recuerdo el nombre de la obra, pero sí que parte de ideas del “Monumento del fin de milenio” diseñado por Williams (actualmente se exhibe en el paseo de la costanera del Municipio de Vicente López en el Gran Buenos Aires). Huberman toma la forma de “bóvedas cáscaras” imaginadas por su colega Williams, pero desarrolladas con otras materiales.
La experiencia fue tan nutricia que vale la pena llegarse cada seis meses a Mar del Plata para ver que sorpresas deparará cada exposición.
De regreso hacia el hotel, nos reconciliamos con la ciudad y el barrio de La Perla. Rodeamos el Palacio Unzué admirando el área restaurada y nos dirigimos por la calle Jujuy hasta la Av. Libertad. En ese tramo la construcción típica marplatense se conserva, incluso pudimos ver el buen estado de conservación de la casa en la que Haydée veraneaba durante la infancia.       
Notas y Referencias:
(1) 1582, Garay, Juan, Carta al Rey Felipe II del 20 de abril, en 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina -I-, Buenos Aires, Hyspamérica, pp. 57-59.
(3) La casa estaba abandonada y sufrió un incendio vandálico. La municipalidad de General Pueyrredón la expropió y encaró un programa de reconstrucción. Para obtener más información en (incluye horarios de visitas) http://www.mardelplata.gob.ar/casadelpuente, leído el 15 de julio de 2015.
(4) Más información en http://archivowilliams.blogspot.com.ar/, leído el 15 de julio de 2015.


sábado, 19 de diciembre de 2015

Como llegar hasta La Poma

 22 de octubre de 2014
“Eulogia tapia en la Poma
al aire da su ternura,
si pasa sobre la arena
y va pisando la luna
”El sauce de tu casa
está llorando
porque te roban Eulogia
carnavaleando.
”La cara se le enharina,
la sombra se le enarena,
cantando y desencantando
se le entreverán las penas.”
...
(Castilla, Manuel J., “La Pomeña”)
 Las imágenes pertenecen al autor 
I La Poma y el pueblo histórico.
Llegar hasta La Poma es concluir este viaje con vocación de simetría y equilibrio. De este modo, pudimos recorrer el Valle Calchaquí desde su extremo sur, en Santa María de Yocavil, hasta el norte. ¿Sólo por eso fuimos hasta allí? Sólo por eso y por muchos otros pequeños por esos... el recuerdo de una vieja zamba que no era vieja cuando la escuché por primera vez... la imagen de una mujer india, la indudablemente bella Eulogia Tapia... la ilusión de encontrar un sauce que todavía está llorando... y repetir hasta el hartazgo la felicidad que sólo se encuentra en el andar por andar...
Se llega a esta ciudad de poco más de 600 habitantes por la Ruta Nacional 40. El km 4551, señala el acceso. Se recorre una legua más y la calle principal (doble calzada y fuerte presencia de luminarias) nos deja en la plaza. Esta pequeña urbe no nos llama la atención por el paisaje apacible de villa barroca que tienen los poblados del Valle. Todo es nuevo y pensado en una dimensión de crecimiento. La escuela que tiene más de 100 años es enorme (seguramente ha tenido otro emplazamiento en sus primeros años de vida). La iglesia es importante, comparte la plaza con un hospital, el edificio de la municipalidad, el de su Secretaría de Turismo, la Hostería Colonial, también propiedad del municipio, y el Banco Macro (la única institución financiera con presencia en todas las localidades de la región).   
Tenía alguna idea acerca del terremoto que en 1930 arrasó la ciudad. Sabía también que a pocas cuadras de la plaza actual, ya en las afueras, aún se conservan las ruinas de la ciudad histórica. Con Haydée decidimos recorrer el sitio. Asombra la desolación del pueblo destruido y sin embargo...
La plaza está bastante bien conservada, la pequeña iglesia también. A poco de la plaza, se desliza una hondonada. Allí se ve un río. En la otra orilla, como a un kilómetro, divisamos un monte y unas casas. Imaginé que allí era donde vivía Eulogia Tapia. Me habían dado esa referencia en Cachi, pero no tengo certeza de lo que vi. 
Anduvimos las calles y nos llamó la atención que muchas puertas estaban cerradas con candados... llegamos a la conclusión de que el pueblo no estaba enteramente deshabitado. Nos lo confirmó un paisano que nos cruzamos por ahí. Imaginamos la viejas casas usadas como depósitos y pañoles y habitadas por serenos y cuidadores.
Pero, bien se sabe, las cosas no sólo son lo que ves en ellas. Un viajero puede ver en La Poma un pueblo pequeño que vive el día a día con la misma energía que el resto de los pueblos del Valle. Pero ¿cómo lo ve un pomeño?      
II Las razones de Pepe en la Hostería Colonial.
He visto con alguna frecuencia que, en el Valle, se utiliza la palabra comedor como sinónimo de restaurante. En La Poma, la sinonimia desaparece porque sólo hay comedores. Elegimos el de la hostería municipal.
El salón está decorado con sencillez y buen gusto. Mesas correctamente enmanteladas, fotos de La Poma y de su heroína musiquera en las  paredes,  vitrinas con artesanías locales y buena música (esta vez Joaquín Sabina). Pepe sale a nuestro encuentro. Es el responsable de la cocina. En algún pasado que no he podido determinar, ha aprendido a cocinar en la ciudad de Salta; pero ahora exhibe con orgullo su condición de cocinero local.
¿Ha nacido en La Poma? No lo sé, es más, creo que no, pero manifiesta una identidad pomeña indudable en cada gesto. “Vengan, nos dice, que les voy a mostrar mi casa”. Nos conduce a la terraza. Hace un gesto como quien despliega una cortina en el aire. Vemos que una cuadra más allá el pueblo se termina; vemos la quebrada por donde surca el Río Peñas Blancas, algo apurado por llegar al  Calchaquí; vemos los cerros, los Volcanes Gemelos... y escuchamos su voz que nos dice “Esta es mi casa”.
Comimos muy bien. Un cabrito al horno con el sabor de la cocina de una abuela y la mejor humita en chala de todo el viaje.
El tiempo tiene otra dimensión en esa casa. Pepe sale de la cocina para ver si estamos satisfechos y empieza a hablar. Cuenta de las lecciones de humildad que le dio doña Eulogia con su ejemplo de vida. Cuenta la historia del terremoto de 1930. Fue la noche de Navidad. Hubo solamente 13 sobrevivientes. La Poma tiene ahora 615 habitantes y todo el Departamento llega poco más de 1700. El 80% son niños... “Nos estamos recuperando de la catástrofe...”
No sé qué pensar, pero me llevo la imagen de que aquel hecho, ocurrido hace 85 años, vibra aún como un trauma en la ciudad... o por lo menos en la mente de Pepe.
Tomamos el camino de regreso, volvemos por donde hemos ido. Los  Volcanes Gemelos, el Puente del Diablo y la entrada a los Graneros del Inca. Lamentamos no tener más información sobre este lugar, como por ejemplo a qué distancia está el yacimiento arqueológico de la ruta... En fin, seguimos de largo satisfechos ya con lo vivido en la jornada. Volvemos a Cachi con algún tiempo para dedicar a la ciudad.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Puchero y asado en la Pampa (1910)

Georges Clemenceau en La Argentina
del Centenario (1910)
Georges Clemenceau (1841-1929) fue una de las figura políticas más importantes de la Tercera República francesa. Fue presidente del Consejo de Ministros entre 1906 y 1909 y volvió a serlo en 1917 en los momentos más críticos de la Gran Guerra. Fue uno de los ilustres invitados a las celebraciones del centenario de la Revolución de Mayo. Como consecuencia de ello visitó La Argentina en 1910, realizando escalas en la República Oriental del Uruguay y la República Federativa del Brasil. Las impresiones recogidas en el viaje fueron publicada por L'Illustration.(1)     
Puchero y asado en la Pampa
“/.../. Y mejor que todo este conjunto, la acogida hospitalaria de tiempos que no volverán ya. Desde que toda la humanidad se ocupa de surcar la tierra y el océano, la antigua hospitalidad no tiene ya razón de ser. Restan sin embargo algunos vestigios en países donde la perfección de la civilización no ha puesto todavía al viajero al abrigo de las malas aventuras. Digamos sin tardar que en el número de estas últimas no debe contarse el riesgo de morir de hambre en una estancia (argentina). Por alguna cosa abunda en éstas el ganado. Pero además de esto, preciso es conceder al estanciero el mérito de la manera, que es la cortesía más perfecta. Quisiera ensalzar sin restricciones el puchero y el asado, de los que ya he hablado anteriormente. Pero no podré hacerlo hasta que el argentino haya perdido la costumbre de entregar la carne al cocinero inmediatamente después de muerta, lo que exige un poder de masticación superior al que la debilidad europea puede facilitar.”(2)          
Notas y Bibliografía: 
(1) 1986, Clemenceau, Georges, Notas de Viaje por América del Sur, Buenos Aires, Hyspamérica, traducido por Miguel Ruiz.

(2) Ídem, pag. 140.

Café de Brasil en Brasil (1910)

Georges Clemenceau en La Argentina
del Centenario (1910)
Georges Clemenceau (1841-1929) fue una de las figura políticas más importantes de la Tercera República francesa. Fue presidente del Consejo de Ministros entre 1906 y 1909 y volvió a serlo en 1917 en los momentos más críticos de la Gran Guerra. Fue uno de los ilustres invitados a las celebraciones del centenario de la Revolución de Mayo. Como consecuencia de ello visitó La Argentina en 1910, realizando escalas en la República Oriental del Uruguay y la República Federativa del Brasil. Las impresiones recogidas en el viaje fueron publicada por L'Illustration.(1)     
Café de Brasil en Brasil
“/.../, la cosecha (de café), en cualquier momento que se escoja para hacerla, no puede dar sino granos desigualmente propios para el consumo. Para proceder racionalmente, sería necesario hacer muchas cosechas durante el año, pero los gastos no serían compensados por la mejora de la calidad en cantidad de remuneración suficiente. De aquí que la fazenda no haga en general más que una cosecha anual, recogiendo de una vez granos de valor muy variable, desde el pequeño grano enroscado, llamado moka, que se encuentra en todas las plantas, hasta los granos de madurez más o menos perfecta, con destino, salga lo que salga, al consumidor “mediano”. No quiere decir esto que el fazendero cometa la falta de entregar al comercio una mezcla donde se confunden todas las calidades. Después de ser secado al aire libre en grandes superficies asfaltadas, el café se escoge en la máquina, y se obtiene así siete clases diferentes, cuyo precio varía naturalmente con la calidad.
Por desgracia, los negociantes demasiado finos que reciben del Brasil esta mercancía así clasificada, no conocen una ocupación más urgente que la de combinar artificiosas mezclas, necesariamente tan en provecho de su bolsillo como en detrimento de nuestros paladares. ¡Misterios de Bercy(2) en lo que respecta al café! No nos extrañemos si el precioso grano no parece aceptable a las gargantas peor dotadas sino a condición de ser desnaturalizado por medio de la achicoria, el higo tostado o avena tostada especialmente agradable al pueblo norteamericano. Y lo mejor del asunto es que el café del Brasil tiene mala reputación entre los gastrónomos franceses, que se deleitan con el “moka” de Santos. Confieso que una de mis sorpresas en el Brasil ha sido encontrar el café común muy por encima del que se nos da a beber en las mejores casas de París. Es una bebida ligera, de un aroma sutil y suave, que no embaraza el estómago ni provoca la ordinaria tensión nerviosa que da por resultado el insomnio. En los hoteles y en las estaciones del Brasil, una taza de café es un refinamiento del placer, tanto por la finura del gusto cuanto por el efecto tónico inmediato, mientras que vale más no hablar de lo que se nos ofrece con el mismo nombre en los establecimientos similares de nuestros países. Las tazas son más pequeñas seguramente, pero no creo que un brasileño beba menos de cinco o seis al día. Es verdad que he oído atribuir “la excitabilidad brasileña” a la intoxicación con café. Pero haría falta saber lo que es justamente esta “excitabilidad”, y si los países del alcohol tienen el derecho a censurar a los del café. /.../.”          
Notas y Bibliografía: 
(1) 1986, Clemenceau, Georges, Notas de Viaje por América del Sur, Buenos Aires, Hyspamérica, traducido por Miguel Ruiz.
(2) “Almacenes generales de esta mercancía en París (N. del T.).”
(3) 1986, Clemenceau, Georges, Op. Cit., pag. 224-225.


miércoles, 9 de diciembre de 2015

RIO NEGRO

12/2015
En 1870 un agrimensor se transforma en el primer Ingeniero Civil egresado de la Universidad de Buenos Aires y celebró su flamante titulo bebiendo champagne, obviamente francés, aquí no se producía. Luis Augusto Huergo tenía entonces 33 jóvenes años.
 Las imágenes pertencen a Willy Cersósimo
En ese mismo año se embarca en el puerto de Génova rumbo a América, junto a miles de inmigrantes, José Canale, su único capital era la fuerza de sus ilusiones y el motor, el ímpetu de sus 28 años.
Luis se dedico a la elaboración y dirección de variados proyectos de obras públicas como el llamado Camino Blanco a Ensenada, las Obras del Riachuelo, que en ese entonces era un arroyo precario surcado por pequeñas embarcaciones, transformándolo en un puerto cuya capacidad de anclaje fue creciendo hasta poder recibir barcos de gran tamaño los que antes debían fondear a varios kilómetros de la costa. También presentó en competencia su obra maestra: un proyecto integral para un puerto capitalino el cual tuvo un controvertido contrapunto con el presentado por Eduardo Madero, el cual se llevo adelante y ante su fracaso se implementó posteriormente el de Huergo.
En un principio emprendió la tarea de ilustrar a los profesionales por medio de conferencias, artículos periodísticos y folletos, sobre las desventajas del proyecto de Madero. Los años fueron demostrando lo acertado de sus opiniones, los desarrollos posteriores de los puertos han sido construidos con los diques en forma de peine y se ha adoptado este sistema para otros casos similares al del puerto de Buenos Aires.
José se radico en el barrio de San Telmo, tras pasar una temporada en Paraguay y en la provincia de Corrientes, donde contrajo matrimonio con Blanca Vaccaro, también genovesa. En la esquina de Defensa y Cochabamba instalaron una panadería llamada “Panadería Agraria” la cual derivo en la afamada firma, después de su temprana muerte a los 44 años, “Viuda de Canale e Hijos”. Con Blanca tuvieron seis hijos, uno de ellos se llamó Humberto quien se recibió también de Ingeniero Civil en el año 1902.
El 11 de octubre de 1878 da comienzo la llamada “Conquista del Desierto”, finalizando en 1886, liderada por el que luego fuera dos veces presidente da la Republica, el entonces General Julio Argentino Roca. Esta acción militar sería, sin proponérselo, el elemento aglutinador que uniría a los personajes de estas dos familias que transitaban por sendas independientes.
Con motivo de la Campaña al Desierto, se le encomendaron al Ing. Huergo estudios sobre la navegación del Río Negro, lo que le permitió conocer estas tierras. Años más tarde, volvió al sur con Humberto Canale, alumno de alguna de sus clases y a quien firmó su diploma de grado. Huergo ya era una persona mayor cuando volvió al valle a trabajar en obras vinculadas al riego. Tenía cerca de setenta años y Humberto Canale rondaba los treinta. Sin embargo, esta diferencia de edad no impidió que tuviesen un sueño en común y sean representantes de un mismo tiempo histórico. Pese a la distancia y el tiempo que significaba montar un emprendimiento a tantos kilómetros del puerto de Buenos Aires, ese puerto que tantos desvelos le ocasionó a Huergo, llevaron adelante su sueño impulsado por espíritu de los pioneros. Una sintonía de ideas corría entre ambos: el ideario de aquella generación que gestó una nueva sociedad, con una profunda fe en el progreso y en el ineludible avance del capitalismo industrial: la generación del ’80.
Cuando culminaron con su trabajo en las obras de riego en el Alto Valle, Huergo y Canale lograron llevar agua a casi 16.000 hectáreas y, casi sin darse cuenta, iniciaron un emprendimiento industrial sin antecedentes en el lugar. Contagiados del entusiasmo de la elite progresista local, compraron cuatrocientas hectáreas en las cercanías de General Roca. Se trataba de una extensión enorme que había que desmontar y emparejar. El desierto resistía en la tozudez de alpatacos y piquillines, y en la constancia de neneos y coirones. La batalla también se libró contra el viento, que regresaba los médanos que el hombre deshacía y que por momentos era tan impetuoso que impedía cualquier faena. Al desmonte y a la construcción de caminos siguió la plantación: cien hectáreas de frutales, doscientas de cultivos varios y las primeras cien hectáreas de viñas con cepas traídas desde Francia por el propio Humberto Canale. Diez años más tarde, la bodega ya elaboraba cinco mil bordelesas de vino fino de variedades Merlot, Cabernet Sauvignon, Semillón, Pinot y Malbec, entre las principales.
La vid fue el cultivo que dio vida a la primera agroindustria local: la bodega. En este caso la “Bodega Huergo & Canale”, era el año 1909.
Retrocediendo en el tiempo los primeros estudios vinculados a la región Norpatagónica corresponden al Valle Inferior: Viedma, Patagones y el partido de Villarino. El gobierno de Martín Rodríguez en el año 1822, fue el primero en fomentar el cultivo de vid en la zona de la desembocadura del Río Negro. De hecho, hacia fines de siglo XIX, Patagones contaba con dos bodegas. Por ese tiempo, en 1906 se había formado la “Compañía Vitivinícola de Río Negro”, que fue el intento más serio de desarrollo de este cultivo en esta geografía hasta ese momento. Debido a los resultados positivos de los distintos emprendimientos, el ministro de Agricultura envió en 1910 al enólogo Francisco Anzorena para que evaluara las condiciones vitícolas de la costa. Lamentablemente, en 1913 los pronósticos favorables se opacaron cuando se descubrió la presencia de filoxera al sur de Bahía Blanca lo que diezmo las plantaciones. La noticia llegó cuando la construcción de la gran obra de riego en el Alto Valle, el dique Cordero, estaba avanzada, razón por la cual los interesados en la producción de vid pusieron sus ojos en las experiencias que se hacían en el centro del territorio.
Por otra parte en el Alto Valle las primeras experiencias con viñas de las que se tiene registro datan del tiempo inmediatamente posterior a la Conquista al Desierto y desde entonces, los estudios no hicieron más que confirmar las excelentes condiciones naturales que tenía el lugar para hacer una ofrenda al dios Baco. El Alto Valle, regado por los ríos Limay, Neuquén y el tributario de ambos: el Negro, sería el motor del desarrollo de la Patagonia Norte. La colonia agrícola General Roca, en el año 1884, era la más extensa e importante y surgió a partir de la instalación de un fuerte de avanzada que se irguió a pocos kilómetros del río en el año 1879. La historia cuenta que allí se asentó un grupo de colonos alemanes, quienes plantaron las primeras vides del lugar. Este relato compite por la verdad con otro que tiene a los padres salesianos como responsables de haber traído junto con los evangelios los primeros árboles frutales y sarmientos a los que verían crecer con alegría. También se ha dicho que fueron generales y soldados de las tropas del General Julio Argentino Roca quienes acercaron las primeras remesas de sarmientos desde las tierras cuyanas de San Juan. Además se comenta que entre las filas de los operarios que cavaron las primeras acequias había gente de Cuyo, quienes formaron la “Sociedad Vinícola de Río Negro”, lamentablemente no pudieron trasladar sus conocimientos sobre el cultivo que traían de sus lugares de origen. Lo cierto es que unos y otros constataron que la viña crecía vigorosa y en poco tiempo ofrecía sus frutos, cual ambrosía, a los austeros y sufridos colonos.
En el “Archivo Histórico de Viedma” se conservan documentos que dan fe de la existencia en el Alto Valle de 848 parras de tres y cuatro años en el año 1896. En 1905, la cifra trepaba a 31 hectáreas, antes de que los cultivos de vid comenzaran a desarrollarse con más vigor a partir de 1907, luego de constituida la “Cooperativa de Irrigación Colonia General Roca”. En el año 1884 se puso en funcionamiento el primitivo canal de riego, recordado como el canal de los “Milicos”, en el año 1899 se inauguraron las vías ferroviarias, y la trilogía del desarrollo se completó con la llegada de los colonos. En silenciosa caravana fueron llegando hombres y mujeres, comerciantes, religiosos e inmigrantes, y con ellos, los instrumentos de labranza, las plantas y sus conocimientos ancestrales. Ante las bondades de la tierra y el desarrollo económico potencial que se vislumbraba en la región, motivó a empresarios bodegueros y a cientos de colonos a que plantaban sus vides sin mayores conocimientos sobre este tipo de cultivos.
Los establecimientos “Huergo & Canale” y “Los Viñedos de Patricio Piñeiro Sorondo” fueron los únicos establecimientos del Alto Valle que plantaron las primeras cepas que dieron origen a la actividad vinícola profesional en la región. Ambos adquirieron plantas en Burdeos y acondicionaron sus establecimientos para sacar los mejores vinos a esta tierra. Ambas bodegas nacen con un horizonte claro: elaborar vinos de calidad, tal como los grandes maestros señalaban que se debía hacer en regiones que poseyeran las características climatológicas como las que ofrecía el Alto Valle. Estos emprendimientos serán modelo de gestión privada, frente al más difundido que se comenzó a expandir en la zona: el modelo cooperativista.
En el año 1907, nacía en el Alto Valle la “Cooperativa de Irrigación”, bajo la dirección de Patricio Piñeiro Sorondo, el otro gran emprendedor patagónico conocido como el “Barón de Río Negro”, a la sazón fundador de Allen y uno de los primeros bodegueros de la colonia. Secundado por un grupo de vecinos, propietarios de tierras y dinámicos emprendedores de cuanta obra se requirió para el progreso del lugar, pusieron manos a la obra. El objetivo que se trazaron fue multiplicar las hectáreas regadas, tarea culminó en el año 1912. Pese a los años de éxito, el establecimiento “Los Viñedos, de Piñeiro Sorondo”, dejó de producir. La historia argentina del siglo XX fue también un encadenamiento de sucesos dolorosos y de crisis de menor o mayor intensidad que golpearon duramente al aparato productivo nacional. Algunas empresas pudieron atravesar los temporales, pero otras no. Las que se mantuvieron en pie lo hicieron a fuerza de austeridad, orden, conocimiento, buena administración y una dosis de buena fortuna.
Desde su fundación en el año 1909 hasta el año 1957 el ingeniero Humberto Canale fue el protagonista de la actual “Bodega Humberto Canale”, primero como su fundador, junto a Luis A. Huergo y luego durante muchos años como socio de su hijo Eduardo y finalmente como su presidente cuando en 1930 adquirió su parte a los Huergo.
La década del treinta marcó tanto en el país como en el exterior un tiempo de cambio, de crisis y de recesión para el sector, debido a la superproducción de vid y a una puja con Cuyo, la gran zona viñatera de la Argentina, que no parecía dispuesta a ceder terreno ante los nuevos viñateros del Sur. Durante esta década se inició el cultivo intensivo de fruta bajo riego en el Alto Valle. La superficie cultivada de viña creció entre los años 1924 y 1934 un 189 por ciento, cinco mil hectáreas, cifra que conformaba el veinte por ciento de la superficie cultivada del Alto Valle. Al final de la década, la sociedad “Huergo & Canale” después de veinte años se disolvió. A partir de allí la nueva denominación fue, “Establecimiento Frutivinícola Ingeniero Humberto Canale, Sociedad Comercial, Industrial y Financiera”. Ante la deficiencia del transporte y la ausencia de frigoríficos tras la salida de los ingleses, el fundador de la bodega desarrolló un proyecto para el aprovechamiento integral de la producción, sumando aserradero, secadero y luego productos en conserva.
Por otra parte el grupo Canale, en tanto, estaba en franca expansión, su hermano Amadeo comandaba en Buenos Aires y Humberto lo hacía en el Sur, viajando asiduamente al Alto Valle para visitar el establecimiento. Pese a la crisis, la producción de vid trepó en la región a nueve mil hectáreas. Sin embargo, la gran mayoría era uva criolla, de altos rindes y baja calidad enológica, base de la futura crisis del sector. Sin lugar a dudas, un serio error estratégico en el que se persistió durante décadas, pese a las recomendaciones de especialistas privados y aún en contra de los consejos de los técnicos del INTA, quienes siempre señalaron que el futuro de la vitivinicultura regional estaba atado a la producción de vinos finos. Humberto Canale, seguro de su rumbo, continuó invirtiendo en pos de la calidad y no de la cantidad. Durante este período, y en consecuencia, se potenció la expansión de otros cultivos, como el tomate y la fruta destinada a la industria. En 1939 había cincuenta industrias de conservas, pero apenas un puñado de ellas era de excelencia, entre las que se contaban los envasados del “Establecimiento Humberto Canale”.
Comenzando la década del cuarenta, Canale distribuía sus vinos por casi todo el país a un promedio de ochocientos mil litros anuales. Uno de los secretos del afianzamiento de la empresa familiar se explica en que ambos emprendimientos, el de Buenos Aires y el de Río Negro, se desarrollaron en paralelo, con independencia, pero unidos en la comercialización de los productos, por ejemplo los vinos los vendía y distribuía la firma “Viuda de Canale e hijos”, que tenía sucursales en las principales ciudades del país.
El Establecimiento, situado a pocos kilómetros de General Roca, a medida que crecía en producción, aumentaba todos los años su personal. Los alrededores de la bodega simulaban un pequeño poblado al que llegaban familias, muchas de ellas conformada por inmigrantes, para trabajar entre vides y frutales, o en el secadero de frutas que se desarrolló en paralelo a la bodega.
La década del cuarenta llegó con cambios. El escenario internacional estuvo marcado por la contienda mundial y sus trágicas consecuencias sociales, políticas y económicas; la Argentina asiste al advenimiento del peronismo y la Patagonia se desarrolla, Río Negro exportaba más de 43.000 toneladas de peras y manzanas. Una seguidilla de malas temporadas alentó el desarrollo de la industrialización de las frutas.
En los veinte años siguientes, el Establecimiento se consolida, diversifica y crece. Ejemplo de ello es la producción de frutícola; los vinos, el caldo de sidra, las frutas desecadas y confitadas, y la industrialización de frutas y de tomates.
En 1954, el Establecimiento Humberto Canale se convierte en Sociedad Anónima y un sobrino de Humberto, Manuel Luis Canale, inicia el relevo generacional. Humberto Canale muere el 24 de febrero de 1957, cerrando una etapa excepcional tanto familiar como empresaria.
La década del sesenta encuentra al Alto Valle con 23.400 hectáreas de frutales y unas doce mil de vid. Se suceden las construcciones ligadas a la industria frutícola y el equipamiento tecnológico, que modifica sustancialmente a las principales actividades de la región. El boom de los frigoríficos, la traza de la ruta 22, las mejoras en las comunicaciones y la noción de la región Comahue considerada como un “polo de desarrollo”, constituyen hitos de este tiempo. Paralelamente el “Establecimiento Humberto Canale” se moderniza y amplía en todas sus ramas de actividad, por ejemplo será el primero en General Roca en eliminar los cajones cosecheros de 19 kilos para reemplazarlos por envases de 400 kilos llamados “bins”, generando un cambio trascendental en la logística de la cosecha de frutas frescas.
Hacia fines de los años sesenta, por otra parte, se produce una nueva crisis en el sector vitivinícola que, al igual que en la del treinta, promueve la extirpación de viñedos y el derramamiento de vino. En Río Negro había en el año 1962, 208 bodegas y la producción vinícola en el año 1963 alcanzó en la zona los 108 millones de litros. En los setenta, la Argentina ocupaba el segundo lugar en el mundo en cuanto a rendimiento promedio por hectáreas de vid, el tercero en consumo per cápita y el cuarto en producción vitícola, atrás de España. En esos tiempo no se exportaba vino, pero el mercado interno alcanzaba para consumir todo lo producido a razón de 78 litros per cápita.
En esos años se suma una nueva generación al Establecimiento: el recién recibido ingeniero agrónomo Guillermo Amadeo Barzi, hijo de María Magdalena Canale y sobrino de Manuel Luis. Cuando niños, Guillermo y su hermano, visitaban a su tío abuelo Humberto, quien era un hombre mayor y vivía en los altos de la antigua panadería familiar, ni remotamente imaginaban que algún día continuarían su obra allá en el lejano Sur. Guillermo Barzi perdió a su padre cuando era un adolescente y estudió Agronomía pensando en trabajar en la pampa húmeda, apenas concluyó su carrera universitaria, su tío Manuel hábilmente lo invitó a pasar un verano con él en el establecimiento de Río Negro. Guillermo acompañó a su tío ese verano de 1964 y todos los veranos que le siguieron. Manuel se convirtió en su maestro en términos empresarios y trabajaron intensamente durante nueve años, hasta 1973, cuando Manuel muere inesperadamente y de un día para el otro Guillermo queda al frente del Establecimiento. Por otra parte, Rodolfo Canale, cariñosamente apodado como “Rody”, su primo mayor, estaba al frente de la fábrica Canale en Buenos Aires, convirtiéndose por ese motivo en un referente necesario para el momento. Guillermo Barzi tenía entonces, casualmente, los mismos años que su tío abuelo Humberto cuando este fundó la bodega.
Hoy la firma Humberto Canale produce 1.150.000 kilogramos de uvas finas por año. La bodega combina la sabiduría artesanal del fundador con las técnicas más modernas, lo que la habilita para elaborar vinos finos de alta calidad internacional. Su producción anual supera en la actualidad la cifra de 1.500.000 botellas teniendo una capacidad de almacenaje de 3.200.000 litros de vino, de los cuales más de la mitad se guardan en cubas, toneles y barricas de roble francés y americano. Entre otras cepas se produce Merlot, Pinot Noir, Semillón, Sauvignon Blanc y Malbec, todos ampliamente distribuidos en diversos mercados de Europa, Asia, Sudamérica y Norteamérica, como por ejemplo en el Reino Unido, Estados Unidos, China, Bélgica, Holanda, Suiza, Austria, Canadá, Islandia, Alemania, República Checa, Dinamarca, Brasil, Ecuador, Perú, Puerto Rico, Bolivia, Honduras, México, Venezuela, Colombia y Uruguay.
Entre sus líneas podemos nombrar al “Marcus Gran Reserva”, Malbec, Merlot, Cabernet Franc y Pinot Noir; el “Humberto Canale Estate”, Pinot Noir, Merlot, Malbec, Cabernet-Merlot, Rose de Malbec, Viognier y Sauvignon Blanc; el “Íntimo”, Cabernet-Sauvignon, Sauvignon-Semillón, Malbec y Cabernet-Merlot-Malbec; los “Humberto Canale Varietales”, Semillón y Blanc de Noir Blush; el “Diego Murillo Varietales”, Malbec, Merlot y Torrontés, además se desarrollo un espumante, el “Humberto Canale Extra Brut”, elaborado con uvas Pinot Noir, Merlot, Sauvignon Blanc y Semillón.
Al cumplir los primeros cien años de vida de la Bodega desarrolló un blend con sus mejores uvas Merlot, Cabernet Franc y Malbec, en homenaje a su fundador y pionero de la Patagonia: el ingeniero Humberto Canale. El proyecto consistió en hacer un vino de alta gama para conmemorar el centenario y comenzó a esbozarse a mediados de año 2004. Se decidió incorporar en un blend la variedad ideal de la región patagónica, el Merlot, junto a la variedad que es sinónimo de Argentina en el mundo, el Malbec, agregando el Cabernet Franc a modo de condimento sutil. Para ello se seleccionó tres parcelas, las cuales, desde la poda y el desbrote, tuvieron meticulosos cuidados en la finca. El Merlot se crió durante 18 meses en barricas de roble americano mientras que el Malbec y Cabernet Franc lo hicieron en barricas de roble francés. El proyecto no podía tener otro nombre que “Centenium”, el tope de gama de la bodega.
El recordar a “Canale” me retrotrajo a las navidades de mi infancia cuando mi abuelo compraba el Pan Dulce Canale, por eso este año voy a repetir esa antigua costumbre familiar y para completar la mesa navideña, estarán en ella los excelentes vinos de esta gran bodega patagónica y brindaremos con su “champagne”, el que no pudo disfrutar en 1870, Augusto Huergo, al graduarse como el primer Ingeniero Civil egresado de la Universidad de Buenos a sus 33 años y daba de alguna manera comienzo a esta gran historia.


Se consultó principalmente la obra “Centenium” 1a ed. - Buenos Aires: Planeta, 2009, editada por el “Establecimiento Humberto Canale S.A.” con motivo de la conmemoración de los 100 años de su fundación.