sábado, 15 de junio de 2013

Andando por las capitales vascas

2 a 7 de junio de 2012
I Llegar a Donostia y enamorarse de la ciudad fue un solo acto... San Sebastián es bella por donde la mires. Sí, sí, aún desde los andenes de la Renfe, y sin otra perspectiva, ya se la ve bella. 
Era sábado, era de madrugada. ¿Cómo desplazarse en una ciudad que no conocés, que recién se despierta? ¿Cómo desplazarse en una ciudad como ésta que recién empieza su tránsito del sueño a la ensoñación en la que habita todos los días?
Todo es lentitud, el taxi que hemos solicitado se demora... No nos importa demasiado, ya respiramos el ritmo lento y sensual que nos acompañará en estos días.
Por fin llega nuestro coche. Para llegar al hotel tenemos que cruzar toda la ciudad. Cruzamos el Urumea, sé que me equivoco, pero imagino que lo que veo a unos quinientos metros es la fachada imponente del Hotel de María Cristina; sé que estoy soñando despierto y me imagino que estoy recorriendo de punta a punta la Bahía de la Concha... no, no sueño, estoy aquí recorriendo una ciudad que es bella por donde la mires. 
Ya con los pies en la tierra e instalados, volvemos andando hacia el centro de la Ciudad. Es maravilloso percibir que San Sebastián se levanta orgullosa de ser diferente, de conservar el glamour que otras ciudades balnearias han perdido... casi no se ven construcciones modernosas de hierro y vidrio.
 Las imágenes son propiedad del autor
 Glamour, orden, limpieza... una ciudad  ideal. Será porque hay mucho dinero aquí, será porque hay una manera de ser de los donostiarras que se obligan a mantener esta ciudad en un estilo muy definido de belleza, será por la escala humana en que está construida. En verdad, no sé por qué será, pero todo parece aquí muy ordenado: el diseño del paisaje urbano (la disposición y altura uniforme en los edificios, la veredas amplias, la red de bicisendas dispuesta sobre la aceras y no sobre las calles), sus servicios de información (señalética y semaforización), su servicio de transporte (los colectivos con abundante información sobre trayectos y paradas, los taxis que no yiran (debe uno buscarlos en sus paradas o requerirlos por teléfono)). No, no, no, todo está demasiado ordenado como para atribuirlo a la escala humana.
Desde cualquier punto de la Bahía de la Concha, digamos por ejemplo desde el palacio Miramar, la playa puede verse como un diseño urbano homogéneo que se relaciona distendidamente con el mar sin opacarlo. Me recuerda a como era Mar del Plata antes de que se construyeran esas inmensas torres que hieren la vista con su disrupción.    
¿Cómo nos hemos guiado para recorrer la ciudad? En principio contábamos con un número de la revista Traveler Condé Nast, publicada bajo el título Euskadi un paso por delante.(1) Enteramente dedicada al País Vasco, cuenta con mucha información sobre las ciudades, los paisajes y la vida rural y urbana de ésta comunidad española. De modo que contábamos allí con mucha información sobre San Sebastián. Llevaba además algunas recomendaciones apuntadas de las críticas gastronómicas que Mikel Corcuera ha publicado en el diario El País del País Vasco.(2) Finalmente contamos con la descripción de la ciudad, hecha ya sobre un plano, por la conserje del hotel y con las recomendaciones de una vendedora de un negocio de recuerdos locales (adicionalmente me enseñó a calarme una chapela que le compré, desestimando la manera francesa de usarlas).
De modo que cuando llegamos, ya sabíamos que esa ciudad era un paraíso gastronómico. Los bares de tapas exhiben una colección maravillosa de platos en miniatura, porque cada pincho es un plato de alta cocina que se devora en tres bocados. Nos demoramos más de una vez en estos bares, donde comíamos un par de pinchos cada uno, alguna ración de pulpo y un par de vasos de txacolí. Recuerdo un pintxo memorable de bacalao ajoarriero que comimos en el bar Alarar en la parte vieja de la ciudad.
En Ondarreta, barrio adentro, hay un restaurante. Se llama Txomin. Llevábamos el dato sobre el prestigio de su merluza en salsa verde (plato nacional de los vascos).(3) Allí fuimos. Se trata de una receta sencilla que exige un producto muy fresco y manejo sutil de los fuegos para que se exprese en un abanico de delicados matices. En ese sentido, se parece a otros de similar complejidad como la tortilla de papas. Dos cosas obtuve de nuestra visita a Txomin: la sensación de haber comido un plato sublime y la dificultad del txacolí para bancarse una comida entera (buen vino para tapas y gamberro, muy pobre para comer en un restaurante de enjundia).
Disfrutamos todo lo que pudimos de esta ciudad y de su gastronomía. Pero hay una mesa tendida a la que me fue imposible acceder, a pesar de las puertas entreabiertas. Si uno va andando las calles de la parte vieja de la ciudad, cada tanto ve un portal entornado desde donde se pueden ver mesas servidas en su interior y hombres comiendo en ellas. Afuera, en el frente apenas se ve un nombre (v. g., Zubi Gain) sin la expresión jatetxea (restaurante en euskera)... a veces hay un número, tal vez referido al año de fundación. Es la vieja tradición de sociedades gastronómicas vascas de hombres que se juntan para cocinar y compartir la mesa. Ellas han existido en Donosti desde el siglo XIX. En un principio, eran comedores comunitarios de trabajadores rurales precariamente trasladados a la ciudad en busca de oportunidades laborales. Fue sólo a partir de las últimas décadas que algunas de estas sociedades permiten el acceso de las mujeres a las mesas, aunque no a los fuegos, en días y horarios restringidos. Reflexiono sobre el sentido de este gesto machista. Pareciera que los varones tenemos un mayor acceso a la idea de la cocina como placer. Me parece, no tengo certeza, que el lugar del placer para las mujeres gira más en torno de la repostería. Creo que los varones vascos sienten, en estos lugares, el mismo placer que los argentinos sentimos frente a la parrilla que tenemos en el jardín o el quincho (¡uy! casi escribo kintxo).         
Con Haydée nos gusta recorrer de arriba abajo las calles de las ciudades o pueblos que visitamos. Anduvimos la parte vieja de San Sebastián (en realidad, no tan vieja porque salvo un par de iglesias, los edificios más antiguos datan de 1820). En nuestro recorrido dimos con la Plaza de la Constitución. Ella tiene la particularidad de llevar numerados todos los departamentos que se erigen sobre los soportales neoclásicos. Esto se debe a que los balcones servían de palcos cuando en la plaza se tenían ferias taurinas. Esa misma plaza nos depararía una sorpresa, una fiesta riojana en San Sebastián. Puestos con productos regionales y cantores de jotas y pasacalles me transportaron a la tierra de los abuelos, anticipando etapas en el trayecto de mi viaje y en la emoción de encontrarme en contacto físico con las raíces.
Si vemos la ciudad y su paisaje, ¿qué nos gustó más de Donosti además de la inigualable Bahía de la Concha? En primer lugar, la maravillosa escultura “El peine del viento” de Eduardo Chillida. Está ubicada en el extremo oeste de la ciudad, allí mismo donde el monte Igueldo se entierra en el mar formando leves acantilados. Impresiona su monumentalidad, su conexión con las fuerzas naturales de la montaña, el mar y el viento y su  belleza humana.
En el otro extremo de la ciudad, la calle Prim se despliega en construcciones modernistas (más art nouveau parisino que modernismo catalán) del primer ensanche. Frentes iluminados por pinturas y cerámicas, puertas y balcones ornados con volutas de hierro y la originalidad del color de la piedra con que están construidas (provenientes de la antiguas canteras del monte Igueldo). Este barrio representa el glamour de la ciudad como ninguno. Aquí no hay odiosos edificios vidriados que la igualan a todas las ciudades del mundo, quitándoles la identidad, identidad que San Sebastián se niega a entregar con terquedad vasca. Para ver como la globalización logra alguna tímida victoria hay que andar unos metros hacia el Urumea, cruzar el río frente al Hotel María Cristina y enfrentarse con el desangelado edificio del Centro Internacional de la Cultura Contemporánea en el barrio Gros.
Claro que también subimos a los cerros, al Monte Urgull sobre el que se recuesta el puerto y la parte vieja y al Igeldo, en el otro extremo de la ciudad. Desde ambos puede percibirse el paisaje íntegro de la ciudad y la forma de la bahía y su justificada denominación. Hay una leyenda urbana en San Sebastián. Dice que cuando Dios decidió crear el paraíso realizó primero una maqueta. Dice que después del pecado de Adán y Eva, un Dios furioso no sólo expulsó a los antepasados del paraíso, sino que también destruyó el Edén. Sin embargo, vaya a saber por qué causa, no destruyó la maqueta, la dejó donde la había ensayado, frente a la Bahía de la Concha.  
   
II ¿Se puede conocer una ciudad en cinco horas? ¿Podés conocer la ciudad en la que viviste toda la vida?
Bilbao no estaba en el recorrido previsto. Pero debido a las insistentes recomendaciones de algún miembro de la familia, nos pareció interesante desviarnos unos pocos kilómetros del trayecto previsto y llegarnos hasta allí, antes de dirigirnos a Vitoria Gasteiz donde teníamos hotel reservado para esa noche.
Esta ciudad tiene para mí la clara sonoridad de los recuerdos de la infancia. Berlín, París y Bilbao recuerdan juegos, rondas, canciones y relatos de la infancia... aún siento la voz de mi abuelo que, luego de contarnos algo, concluía con un “Colorín, colorado, en Pontevedra como en Bilbao, este cuento se ha terminao”   
Llevábamos nuestra guía Treveler y la información carretera obtenida de la Internet. No sabíamos cómo íbamos a hacer, ¿dónde dejar el auto? ¿cómo acceder al centro? Paramos en una caseta de peajes y pregunté a la cobradora... ella dijo, simplemente, detrás de esa curva está Bilbao. Seguí incrédulo, porque nada hacía suponer que allí, tan cerca, había una ciudad tan importante. Era una curva y una pequeña cuesta que nos depositó directamente sobre la ría de Bilbao a la altura en donde se levanta el museo Gugenheim. Todo se simplificó de golpe, estábamos prácticamente sobre el centro de la ciudad, había un estacionamiento y una oficina de turismo. La gran ciudad, después lo supe, extendía sus arrabales río abajo.
Andando las calles, recorrimos los tres sectores que nos indicaron en la oficina de turismo: la ciudad vieja, el centro y la ribera nueva sobre la cual está el Gugenheim. El contraste no podía ser mayor. Si San Sebastián siente orgullo porque es bella, homogénea, afrancesada y glamorosa; Bilbao parece lo contrario, multitudinaria, cosmopolita, nerviosa... y con una fuerte tendencia a la modernización del paisaje urbano que ha descuidado mucho la preservación de edificios que tenían valor arquitectónico. Más que modernización, diría que es el escenario de permanentes ensayos de deconstrucciones posmodernistas. Frente al calmo silencio donostiarra, Bilbao exhibe su bullicio.
Fue sólo un paso, miramos la ciudad como quien aprecia una pincelada en una tela impresionista. Pero algo nos sorprendió en sus calles. La amabilidad de las personas. En el término de esas cinco horas, varios se nos acercaron a formular recomendaciones cuando nos veían desplegando el plano de la ciudad. Más personas que en el resto del viaje tomado en su conjunto.         
III Tenía un compromiso con Juan, el gerente de la Vinoteca Rubio. Debía llevarle una botella de torrontés San Pedro de Yacochuya que vinimos cargando desde La Argentina. De modo que, ni bien llegamos a Vitoria Gasteiz. Me dirigí al local en la calle Domingo Beltrán (bordea el casco histórico por el oeste como a una distancia de 200 metros). El barrio nos pareció chato, casi sombrío (era de día, pero la tarde ya estaba muy avanzada), casi frío, casi aburrido.
Juan nos recibió con delicado afecto en el local de la vinoteca, elegante y provista de excelentes productos (le compré un patxarán Navarro para los padres de Sonia que resultó buenísimo). De su amabilidad probamos el torrontés riojano que produce Abel Mendoza en San Vicente de la Sonsierra, cerca de Haro en La Rioja, a la vez que le entregué la botella salteña que prometió degustar con don Abel una vez que los ajetreos del viaje se hubiesen calmado en su contenido.  
Juan es riojano, su mujer también. Antes de partir, le pregunté cómo era vivir en esa ciudad. Me habló de una población fría y racional que vive de puertas adentro sin exhibir desbordes festivos. Los vitorianos, dijo Juan, son muy reservados, pero cuando te abren su puerta, se entregan en amistades profundas y comprometidas. La vida en bares de tapas al caer la noche, es una costumbre muy reciente y poco extendida en la ciudad, no lleva más de diez años.
No percibí entonces como iban a repercutir esas palabras en nuestro espíritu en cada paso que diéramos por Vitoria en los días que siguieron. Esa misma noche fuimos hasta la Plaza de la Virgen Blanca, la recorrimos e hicimos lo propio con la Plaza Nueva. La ciudad estaba iluminada como para una profusa vida nocturna, pero los bares estaban vacíos. Era martes, claro está, pero la noche apenas había caído.
Vitoria Gasteiz es una mina difícil de conquistar. Pero a medida que caminás por sus veredas y superás las primeras impresiones, la cosa cambia... es ella la que empieza a conquistarte, y por el estómago. No hay demasiados bares de tapas, pero hay buenos restaurantes.
En el restaurante Arkaupe, disfrutamos de un buen ambiente y de excelente atención. Allí comí un plato de inspiración popular, pero de notable ejecución académica: carrillera de cerdo con puré. Las carrilleras estaban salseadas con una reducción de vino tinto y asociadas a un puré de papas casi líquido (una espuma de papas) que se exponía sobre el plato con notable expresión plástica. Los sabores eran suaves, casi sutiles, complejos y equilibrados... esta fue la primera noche y la primera impresión favorable en esta ciudad. En el restaurante Sagartoki, un par de noches después, comí unas anchoas asadas y tomé sidra bien tirada.        
En la primera mañana en Vitoria Gasteiz, decidimos que teníamos que ver si se justificaba estar tres días en esta ciudad. Empezamos a recorrerla, primero en una caminata hasta el museo de naipes de Heraclio Fournier, luego en pertinaces circunvalaciones, tratando de asir la forma de avellana que el casco histórico exhibe en los planos de la ciudad que hemos consultado.
Tuvimos una primera impresión de desagrado. Las calles peatonales del casco histórico llenas de vehículos, la mayoría camionetas que circulaban a velocidades insólitas para el lugar. Está bien que todos los rincones de la ciudad deban ser abastecidos, pero tanta profusión de tránsito por calles peatonales... y yo que me imaginaba que el irreverente falta de respeto a la peatonalización era una cuestión de porteños. En el resto del viaje vería que la irrupción de vehículos sobre las peatonales, es bastante frecuente en España.
Pasado el mediodía, descubrimos que la ciudad tiene un ritmo que le es propio. Pronto vimos un cierto orden emergía en Vitoria Gasteiz, el tránsito de vehículos por el casco histórico sólo se producía por la mañana; de modo que, cuando salimos del museo ya teníamos el casco viejo a disposición para transitarlo a nuestro gusto. Fue entonces que la ciudad empezó a cambiar su rostro, a tornarse más amable. Fue entonces que empezamos a descubrir los rincones maravillosos que tiene, sus historias y sus personajes... El Celedón nos saludaba con una sonrisa bronceada desde su pedestal en el atrio de la Virgen Blanca y, con él, la ciudad empezó a abrirnos puertas y ventanas.
Empezamos a recorrer las iglesias, llamativamente cerradas. Descontamos que así debía ocurrir con la catedral de Santa María que aún está en proceso de restauración; pero en el resto, como veríamos también en otras regiones de España, ver los templos cerrados sólo parece atribuible a una crisis vocacional en la clerecía. Recorrimos también bares y plazas y los hermosos soportales de los Arquillos. Vitoria Gasteiz es una ciudad bella a la que cuesta acceder como una mina difícil que, al final vale la pena conquistar... hasta donde te deja, claro está.  
       
IV Las capitales vascas son muy diferentes entre sí. Sus paisajes urbanos, sus habitantes y sus ritmos de vida son muy diversos en sí y también lo es su relación con los visitantes.
San Sebastián se ofrece a sí misma como una fruta madura, fresca, dulce y jugosa. La ciudad es para el disfrute, el ritmo de vida de sus habitantes no resulta tan indiferente como el nuestro para ellos. En la ciudad hay lugar para todos y nadie se choca. Escuchás hablar en euskera sin que ello interfiera la comunicación en aquellos espacios vinculados con los servicios a los turistas. La ciudad parece vivir del ocio y el placer... creo que es por eso que su ritmo vital está atravesado por un trato indiferente hacia el visitante que te permite disfrutar sin sobresaltos porque todo lo que la ciudad tiene para darte está al alcance del la mano.
Bilbao, en cambio, vive en un ritmo nervioso de gran capital. Caminamos  entre las aglomeraciones de personas en el centro que van de un lugar a otro tratando de cumplir a tiempo con sus obligaciones. Recorrer las calles céntricas de esta ciudad es como andar por el centro de Buenos Aires al mediodía de una jornada laboral (la escala es mucho menor, pero el modo es similar). Es una gran urbe con transportes metropolitanos desarrollados en la escala de la demanda, con una contaminación visual de publicidad y escaparates acorde, con una irrespetuosa intromisión de construcciones de vidrio que algunas veces, pocas, la embellecen y otras, las más, la igualan a las ciudades de la aldea global quitándole personalidad.
Vitoria Gasteiz juega al misterio. Por la mañana parece una urbe ajetreada, con un tránsito enloquecido en el centro medieval y en las grandes avenidas, por la tarde los cafés se pueblan de parroquianos, por las noches las calles están desiertas (hablo de los día laborables). En lo profundo, es una ciudad que no se muestra tan fácilmente y es necesario descubrirla como a una mujer que se valora a sí misma en demasía... Vitoria Gasteiz tal vez sea esa mujer... pero habrá que volver a ella (Dios quiera que la primera semana de algún mes de agosto) para descubrirla en la plenitud de sus esencias.         
Notas y referencias:
(1) 2010, AAVV, Euskadi un paso por delante, en Traveler Condé Nast, N° 61, España, Ediciones Condé Nast SA, mayo-junio/2010.
(2) Cocuera, Mikel, Historias del comer, Gipuzkoa, Keiñu, 2003.
(3) Idem, pp. 23.

(4) 2010, AAVV, Op. Cit., pp. 81. 

2 comentarios:

  1. Te preguntas por qué Donostia se conserva así, al margen de los movimientos especulativos del suelo y demás barbaridades. Yo te lo diré: han tenido durante todos estos años un alcalde socialista que para mi ciudad (Santander) lo querría. En ese sentido es en el que sus ciudadanos demuestran ser distintos, votando democráticamente opciones que les convienen.
    Yo estudié en Donosti y lo adoro
    Un beso

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    1. Gracias, Ruqui, por tus comentarios
      ¿Estudiaste en Donosti? ¡Qué envidia!

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