miércoles, 2 de septiembre de 2015

El COMIENZO

Por Willy Cersósimo,
2015-setiembre
Como sabemos las primeras cepas que se plantaron en lo que hoy es nuestro territorio, fue en el año 1556. Desde esa fecha hasta nuestros días mucha agua…, perdón, mucho vino ha corrido por nuestras copas.
 Las imágenes pertenecen al autor 
De todas las bodegas que existen en Argentina, la más antigua es la Bodega Colomé, que desde el año 1831, hace ya más de 180 años, elabora vinos de excelente calidad, los afamados vinos de altura.
Colomé es un pequeño caserío de 400 habitantes ubicado en el circuito turístico de los Valles Calchaquíes, a 20 km de Molinos, fue creado como encomienda en el año 1831 por el último gobernador español de Salta, Nicolás Isasmendi de Echalar. Veintitrés años después, su hija Ascensión, casada con José Benjamín Dávalos, amplio los viñedos introduciendo vides de malbec y cabernet sauvignon traídas desde Francia.
Pródiga tierra de artesanos teleros, y cuna del poncho salteño, es uno de los antiguos pueblos que se encuentran en las márgenes de los ríos Calchaquí y Luracatao a escasos metros de la Ruta Nacional N° 40.
Se halla estratégicamente ubicado en el centro de pueblos y lugares con gran atractivo histórico y turístico, a 2.300 metros sobre el nivel del mar, donde el clima es seco y árido, los días son soleados y el invierno es muy frío con una gran amplitud térmica, de día, máximas de 18º y de noche, mínimas de -2º.
Todavía se conservan tres viñedos de 4 hectáreas cada uno, los cuales datan de aquellos tiempos y aún producen uvas que van a formar parte del vino Colomé Reserva.
Como decíamos, la Bodega Colomé perteneció a las familias Isasmendi-Dávalos a lo largo de 170 años. En 1969, la familia Rodó adquirió la finca y la bodega conservándola durante 13 años. Raúl Dávalos, descendiente directo de la familia Isasmendi-Dávalos, recuperó la antigua granja de la familia en el año 1982 y la conservó hasta que el Grupo Hess, proveniente de Suiza, la adquirió en el año 2001.
Sin embargo, la historia obviamente no comienza en 1831, el lugar estaba habitado desde hacia miles de años, como todos los valles fértiles ubicados junto a los ríos, por parcialidades indígenas cuyos nombres conservan los pueblos y ríos de la región: Payogasta, Cachi, Seclantás, Colomé, Tacuil, Luracatao, Amaicha y Gualfin, entre otros.
En el llamado Período Tardío, aproximadamente 850-1480 después de Cristo, vivían en estos valles los llamados diaguitas, pertenecientes a la cultura Santa María: cultivaban la tierra utilizando sistemas de riego, tenían alfarería -la mejor muestra son las famosas urnas funerarias pintadas con motivos geométricos, zoomorfos y antropomorfos-, habitaban en casas de piedra agrupadas en aldeas, trabajaban los metales y tejían la lana de sus guanacos y vicuñas. A la llegada de la expedición española de Diego de Almagro en camino hacia Chile en el año 1535, eran tributarios del imperio Incaico y habían recibido su influencia cultural y lingüística, sin dejar por eso de lado su idioma y sus costumbres. Los valles eran la ruta obligada de todas las expediciones, pues por allí pasaba uno de los llamados "Camino del Inca", que venía a través de la puna jujeña por el lado de Casabindo.
Por entonces, todo el valle se conocía como de Calchaquí "por un importante y bravo cacique" -o con más propiedad, curaca, ya que cacique es palabra caribe- que había confederado todas las tribus para impedir el dominio español. Sin embargo, en 1558 realizó un pacto de no agresión con Juan Pérez de Zurita que venía desde Chile. El curaca le permitía habitar en los valles siempre que no molestaran a los aborígenes. En señal de buena voluntad, este curaca se bautizó tomando el nombre de Juan, que era el de su padrino Pérez de Zurita. Esta tregua fue de vida efímera, pues ante la falta de cumplimiento del pacto por parte de los españoles, los indígenas declararon la guerra y arrasaron con el caserío. De todos modos algo quedó de ese primer asentamiento: las vacas, caballos, cerdos y ovejas que habían traído los españoles, así también como todo lo que habían sembrado en sus valles: trigo, algodón, cebada, frutales y por supuesto las vides, que los calchaquíes siguieron cultivando. Como ocurría en todos estos asentamientos, también se inició la mezcla de razas.
Años más tardes, los jesuitas volverían a iniciar un acercamiento pacífico siendo muy bien recibidos por las diversas parcialidades de calchaquíes. Fue entonces cuando se levantaron las primeras iglesias rústicas. Cuenta el padre Darío en una carta de 1611, el cariño con que los recibieron los Pulares -que vivían en la actual Molinos y sus alrededores-, adornando con ramas el camino por donde ellos debían pasar y poniendo flores en las cruces de las primitivas capillas levantadas en los valles. En esa ocasión bautizaron y casaron a muchos, entre ellos al bravo y ya viejo curaca, Juan Calchaquí.
Lamentablemente este acercamiento se vio varias veces frustrado por la conducta que asumieron los españoles que querían repartir a los indios en encomiendas para hacerlos trabajar en sus fincas, motivando el rechazo constante de éstos a todo lo que atentase contra su libertad y su manera de vivir.
Finalmente a mediados del siglo XVII los calchaquíes fueron vencidos y diezmados, muchos de ellos como los bravos Quilmes los que fueron trasladados a Buenos Aires, dando origen a la actual ciudad que lleva su nombre y que posteriormente se trasladó a nuestra más famosa cerveza.
Pero volvamos a Molinos, cuyo primitivo nombre era Calchaquí. Los primeros documentos escritos provienen en 1659, cuando Tomás de Escobar, encomendero de los pueblos de Chicoana y Atapsi, levanta en su hacienda de Calchaquí un pequeño oratorio. Don Domingo de Isasi Isasmendi en 1726 va a vivir a la hacienda que toma entonces el nombre definitivo de "San Pedro Nolasco de Molinos".
Tres años después, don Domingo es nombrado Gobernador de la Ciudad de Salta, cargo que mantiene durante treinta años desde 1729 hasta 1759.  Mientras tanto la hacienda de Molinos, trabajada con inteligencia y dedicación, y empezaba a dar sus frutos: trigo, maíz, vides y consecuentemente vino y aguardiente que no sólo sirvieron para alimentar a la población de los valles, sino a la ciudad de Salta en tiempos de guerra y escasez. En 1738 le concedieron la encomienda y se realizó la pintoresca ceremonia de toma de posesión durante la cual don Vicente Guaimasi, curaca principal del pueblo de Pulares y Tonocotés junto con los indios Alejo y Miguel, delante del Alcalde de Salta don José de Iramaín, se acercaron a Don Domingo, "y reconociéndole por su amo, le quitaran la capa, se la doblaron, desdoblaron y volvieron a poner; le quitaron y pusieron la espada y una espuela, en señal de sujeción". Por entonces el feudo de Isasmendi, uno de los más extensos de la provincia del Tucumán comprendía las fincas de Molinos, Amaicha, Luracatao, Colomé, Tacuil, Banda Grande, Churcal, Hualfin y Compuel, en el actual departamento de Molinos, y las de Pucará, Angostura y Jasimaná del departamento de San Carlos.
Junto a la hacienda de Molinos se va formando el pueblo homónimo, ubicado en el centro de los valles calchaquíes y siendo paso obligado de quienes iban de Salta a Chile, su prosperidad económica aumenta a la par de la población.
En 1767, tras la muerte de Don Domingo de Isasi Isasmendi, toma posesión de la encomienda su hijo Nicolás Severo de Isasmendi ante el curaca Vicente Pistán, su hijo Valeriano Pistán y el Indio Felipe Guantals. Durante su administración la finca llega a su mayor prosperidad. Gracias al inventario de sus bienes, hecho en 1802, podemos apreciar la abundancia de esos tiempos: una viña de seis mil cepas y tres mil setecientas parras proveía a la familia de su propio vino realizado en su bodega equipada de lagares, alambiques, toneles y barriles, entre otros enceres necesarios para la producción del vino. En los molinos se convertía en harina el trigo de sus propios trigales; completaba el conjunto la producción de jabón y de velas, una herrería con todas sus herramientas, una carpintería donde nada faltaba, hornos para hacer los cacharros, pailas de cobre para fabricar dulces de sus propios árboles frutales como manzanos, membrillos, duraznos, ciruelos, y además en un rubro totalmente distinto, poseían hasta un par de grillos con sus cadenas en el cuarto reservado a la prisión.
La casa adquiere entonces su configuración actual aunque mucho más extensa, pues dos de sus patios e instalaciones no existen desde fines del siglo XIX. Allí lo sorprende desfavorablemente Revolución de Mayo como a tantos hijos de españoles que no veían la razón de someterse a decisiones tomadas por un grupo de porteños. Cuando llega Chiclana a Salta lo manda poner preso "con una barra de grillos", alcanza a huir a su hacienda en Calchaquí y se esconde en una cueva de Luracatao. Esto no impide que se case en la Iglesia de Molinos a los 58 años el 24 de noviembre de 1811, dejando atrás su soltería recalcitrante para unirse en matrimonio con Jacoba Gorostiaga, hija de José Ignacio Gorostiaga y de Clara Rioja e Isasmendi. De esta unión nacieron cuatro hijos, Nicolás, Ricardo, Ascensión y Jacoba. La primera se casó con José Benjamín Dávalos y la segunda con Bernardo Gorostiaga, dando origen a las tradicionales familias salteñas que todavía conservan tierras y fincas en la zona.
Una de ellas es la finca de Colomé, con sus ricos viñedos que pertenecieron a la familia Dávalos hasta el año 2001. Allí se exhibe con orgullo la antigua prensa del Siglo XIX que aún puede usarse para hacer vino.
Pertenecía también al Coronel Nicolás Severo de Isasmendi la hacienda de La Angostura, en la actualidad, esta finca también pertenece a los Isasmendi y se especializa en la producción de alfalfa y pimientos que, en las épocas de secado, dan al paisaje una nota pintoresca y colorida. Además tenía aquí, viñedos con una bodega, lagar y tinajas. Bajo su dominio tenia además las siguientes haciendas: Tacuil y Colomé -con sus potreros, acequias y tierras de sembradío donde vivían ochenta y tres familias de colonos-; Hualfin donde pastaban 980 cabezas de ganado vacuno, mular y caballar; Jasimaná- la más extensa, cruzada por ríos, manantiales, lagunas y ojos de agua, en cuya puna brava se criaban vicuñas, guanacos, ciervos, corzuelas y avestruces, además de 1828 vacas guardadas en corrales de piedra, 2.300 ovejas, 50 yeguas y caballos; y finalmente Luracatao que lindaba al Norte con las posesiones del Marqués de Tojo, único título de nobleza que se dio en el virreinato del Río de la Plata.
En la actualidad Bodega Colomé es un referente de los vinos de calidad y alta gama de Argentina, comprende treinta y nueve mil hectáreas ubicadas a 2.300 metros sobre el nivel del mar donde se cosecha y elabora más de medio millón de litros, exportando sus vinos a más de 25 países en todo el mundo y desde sus terrazas pueden contemplarse los impasibles nevados de Cachi.
Donald y Ursula Hess visitaron por primera vez los Valles Calchaquíes en 1998. Estaban buscando el terroir perfecto y el clima ideal para hacer vinos auténticamente únicos en Argentina, encontraron mucho más que eso, encontraron un segundo hogar. La majestuosidad y la belleza natural de Colomé los inspiraron y rejuvenecieron.
En 2001 compraron Colomé desde entonces plantaron viñas hasta llegar a las 140 hectáreas actuales distribuidas en 4 fincas, edificaron nuevas instalaciones para la Bodega con la última tecnología y equipamiento, construyeron una Estancia que funciona como Hotel Rural Boutique y el exclusivo Museo James Turrell.
Su visión incluye la responsabilidad social. En los últimos 10 años la Familia Hess ayudó a construir el centro comunitario, la iglesia, mejoraron la escuela y las viviendas de la comunidad. Hoy en día Colomé provee trabajo e ingresos a la mayoría de las 400 personas que allí viven.
El silencio mágico, el cielo estrellado y un sol radiante e intenso llenan de energía y sentido místico la experiencia Colomé.
El portfolio de vinos de Bodega Colomé siempre ha sido cuidadosamente enfocado hacia las variedades insignias de Argentina para resaltar las características únicas y diferenciales que se obtienen de la región del Alto Valle Calchaquí. Los Colomé Lotes Especiales, nacieron en el año 2007, impulsados por el desafío de explorar el potencial del Malbec en distintos terruños así como también la posibilidad de elaborar pequeñas partidas de otras variedades que han encontrado su hábitat en las fincas de Colomé. Son vinos que siempre expresarán el terruño de Colomé y el potencial único del Alto Valle Calchaquí. Son partidas limitadas, que no se elaboran cada año. La edición de Lotes Especiales cuenta con un Lote Especial Malbec Finca Colomé, un Lote Especial Malbec Finca La Brava, un Lote Especial Malbec Finca El Arenal, un Lote Especial Tannat Finca La Brava, un Lote especial Syrah Finca Colomé y un Lote Especial Misterioso Finca Colomé. Los vinos están disponibles en el Visitor Center de Bodega Colomé, en Molinos.
El Malbec es sin dudas la variedad emblemática de Argentina, el Lote Especial Malbec Finca La Brava 2013 es de una parcela única de la Finca La Brava ubicada en Cafayate a 1.700 metros de altura sobre el nivel del mar, con el se expresa toda la potencia y elegancia de los vinos cafayateños. Cosechado a fines de marzo, fue macerado durante 25 días y criado en barricas de roble, 50% francés y 50% americano, 50% nuevo y 50% usado, durante 12 meses, lo que le da un color rubí y brillante. En nariz se sienten aromas a frutos negros y fruta roja bien madura, además de notas especiadas, logrando así una perfecta integración con la madera. En definitiva un vino concentrado y complejo. En boca se mantiene la coherencia ya que continúa la fruta negra y roja, con la madera bien integrada. Fresco y fácil de beber, con buen volumen y redondo al paladar.
El Torrontés merece un capítulo aparte.
Si bien el Malbec no nació en Argentina, procede de Francia, en Argentina tiene un papel protagónico, es la variedad tinta que mejor se ha adaptado a nuestro suelo, encontrando las condiciones ecológicas ideales para su desarrollo dando vinos excepcionales.
Por el contrario el Torrontés se produce únicamente en la Argentina y posee un sabor inigualable. Es una cepa ARGENTINA, se trata del cruzamiento entre una cepa criolla con algún tipo de Moscatel que llegó al país de mano de los conquistadores.
El Colomé Torrontés alcanza su máxima expresión en el norte de Argentina, en los Valles Calchaquíes, dado su microclima especial, allí los viñedos se encuentran a una altura de 1.700 metros sobre el nivel del mar. En la Finca La Brava de Cafayate, donde las lluvias son muy escasas, con una gran amplitud térmica y a una mayor exposición solar, permiten que la uva desarrolle una expresión aromática única, con gran frescura y excelente acidez. Este Torrontés es una interpretación delicada, elegante y sofisticada de esta variedad, con notas florales de rosas combinadas con aromas cítricos y un toque picante que lo convierte en compañero ideal de las comidas regionales como las exquisitas empanadas salteñas.
Así descubrimos que contamos con una cepa exclusiva con la que se puede elaborar vinos de calidad excepcional y una identidad única que ya está deslumbrando al mundo.
En estos momentos me invade una gran culpa y remordimiento, después de narrar tantos esfuerzos, sacrificios, dedicación y alegrías que se sucedieron desde mucho antes de 1831 y que continuaron aun con mayor intensidad luego de ese año fundacional por no disfrutar, a manera de homenaje, del resultado de tamaña empresa. Para cambiar mi estado de ánimo, ya mismo descorcho un Colomé Torrontés mientras el delivery me trae una docena de sabrosas empanadas salteñas.
Chau, suena el timbre. 

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