sábado, 26 de septiembre de 2015

Cachi adentro 'el corazón I: El encanto del Valle

20 a 23 de octubre de 2014
 “En tu viejo brazo se quedó el ayer,
rescoldo del alma arisca que se fue,
el tiempo en tus manos solas,
quedó tendido sobre la luz,
sangre resaca de la mañana,
llorando siglos a la voz del sol.”
(Petrocelli, Ariel, “El Antigal”)
I Camino a Cachi. Tribulaciones del camino.
El lunes nos levantamos bastante temprano. Habíamos programado el día de modo tal que los 170 km que separan Cafayate de Cachi fueran llevaderos. Esto suponía demorarnos unos cuantos minutos en San Carlos y almorzar en Angastaco, tratando de quedar holgados en tiempo por si queríamos detenernos en algún otro lugar. Pero el hombre propone y el camino que tiene sus vueltas, dispone.

 Las imágenes pertenecen al autor
Llegamos a San Carlos, recorrimos la plaza, la bella plaza colonial de San Carlos, entramos en la iglesia, caminamos debajo de los soportales neoclásicos de la Municipalidad (¿será una construcción del siglo XVIII como prometen los anuncios turísticos?), recorrimos el local de objetos artesanales. Cuando volvimos a tomar la ruta (la ubicua Ruta nacional 40), anduvimos un par de cuadras por la calle San Martín que nos transportó al pasado en que San Carlos era la ciudad más importante del Valle...
El tiempo fue muy escaso allí... nos fuimos, pero anotamos el lugar para  volver en el próximo viaje que hagamos al noroeste argentino... mientras levantamos este registro, entrecerramos los ojos y soñamos con demorarnos bajo la recova de un bar de la plaza tomando una botella de Me Echó la Burra, una cervecita que hacen en los arrabales de esta ciudad que quiso alguna vez ser la capital de la provincia de Salta.        
El día estaba espléndido. Atravesábamos uno a uno los parajes del Departamento San Carlos en el Bajo Valle Calchaquí. Nos detuvimos a tomar fotos en La Merced y Payogastilla. Dejamos atrás Santa Rosa, y nos aprestábamos para atravesar la Cuesta de las Flechas, uno de los paisajes más extraños y bellos de todo el recorrido. Pasamos el cementerio, dimos un giro a la derecha y allí vimos, casi de golpe, como el auto tomaba una temperatura inusitada y echaba vapor por el capot. Nos detuvimos, intentamos una comunicación telefónica y nada... no había señal para telefonía celular en ese rincón del camino...
Primero sorpresa, luego angustia, finalmente serenidad... retomamos, con algún riesgo, el camino, volviendo hacia el paraje Santa Rosa donde pedimos ayuda en un conjunto de casas... Allí mismo vimos, ¿cómo decía Antonio Machado?, ¡Ah, sí! “en todas partes he visto... buenas gentes que vive, laboran, pasan y sueñan”... En una de las casas, había una familia almorzando bajo el alero. El más joven se paró y se dirigió hacia nosotros. Nos ofreció todo lo que necesitábamos, señal para comunicarnos y sombra para esperar el auxilio del Automóvil Club Argentino.
Cuando tuvimos todo resuelto, y nos dispusimos a esperar, los hombres se retiraron a descansar para volver al trabajo en una hora más y la dueña de casa, se sentó con nosotros. Estuvimos charlando largamente sobre las cosas de la vida con doña Olga. Las casi dos horas de espera se hicieron instantes fugaces. Entre charla y charla, la señora nos mostró la bodega de su hijo, nos hizo probar sus vinos y terminamos comprando un par de botellas de un mistela rosado que estaba exquisito. ¿La marca? Walter Espinoza, que así se llama el joven que nos asistió.        
Por fortuna, el mecánico del Automóvil Club pudo resolver el problema que teníamos. Seguimos viaje. Almorzamos, como habíamos previsto, en Angastaco, pero a las cinco de la tarde... Sentimos que era mucho el tiempo que habíamos ganado bajo el alero de esa casa humilde en el paraje Santa Rosa junto a la Ruta Nacional 40.      
II Luces y sombras de una ciudad maravillosa.
Llegamos a Cachi cuando anochecía. De modo que dejamos los recorridos para el día siguiente.
En nuestro primer día en Cachi, fuimos a Puerta de la Paya, a Piedra del Molino, almorzamos en Payogasta y recorrimos la ciudad a la tardecita.
Nuestro paseo nos condujo a la plaza y a recorrer las ocho o diez manzanas que la rodean. La plaza es bonita, como casi todas en el Valle. Pero en esta se destaca una iglesia verdaderamente barroca. Sencilla y bella en su austeridad. Es muy original el cielo raso de cardón (no es el único que vimos en Cachi).  Apenas si pudimos recorrerla en su interior porque no quisimos fastidiar con una presencia ruidosa a las señoras que rezaban el rosario.

Cruzamos la plaza y fuimos hasta la oficina de información turística. Pudimos arrancarles algo de información con cuenta gotas a los empleados municipales que allí estaban. Nos sugirieron que fuéramos al museo que estaría abierto por una hora y media más. Ingresamos y, a poco de iniciar la vista, nos enteramos que el director había dispuesto un cambio de horario... prácticamente nos echaron en la mitad del recorrido.
El museo está ubicado en una casa precedida por una recova y, en ángulo recto con la iglesia, se dispone sobre una plaza seca de una gran belleza. La parte de la colección que pudimos ver es excelente. Uno de los mejores museos que visitamos en todo el recorrido. No pudimos saber la historia del edificio en que se aloja.    
En torno de la plaza, las calles despliegan una cuadrícula renacentista, como en todas las ciudades que conservan la impronta española de su fundación. En una de las calles laterales, algunos bares ofrecen refrescos a los viajeros. Estos  locales disponen de mesas y sillas bajo sombrillas en la acera de la plaza en tanto que disponen de otras mesas que se ubican sobre la vereda estrecha. Estas últimas no están orientadas hacia la mesa que  las acompaña, sino hacia la calzada (recuerdan los bares mexicanos de las películas del lejano oeste por su estilo y los bares de París por la orientación de las sillas).
Tomamos una cerveza en uno de estos bares mientras llegaba la noche. Desde este lugar privilegiado, pudimos ver cómo se encendían las luminarias, faroles de estilo colonial. Estábamos relajados disfrutando de la placidez de la hora, del no hacer nada y de presenciar la magia con que Cachi transita hacia una noche apacible.  
Desde nuestro puesto de vigía, también pudimos ver la uniformidad de los carteles que anunciaban cada negocio, todos ellos hechos de hierro forjado. Es maravilloso ver como hasta el logo del Banco Macro (institución financiera de fuerte presencia en las provincias de Tucumán y Salta) estaba construido con ese mismo diseño de hierro forjado. Las casas particulares y los comercios siguen el mismo estilo predominante en el Valle que nos hace sentir que estamos en el siglo XVIII. La ciudad, nos habían avisado, tiene encanto... pudimos verificarlo.
En el otro lado de la plaza, se abre una diagonal que conduce hacia un alto en el que se ubica la hostería del ACA. Un edificio de estilo colonial español que pareciera ocupar el lugar de “la sala” (término que se usa en el Valle para designar al edificio principal de una gran estancia).
Cachi es una ciudad bella y bastante homogénea en su sencillez, salvo por dos edificios que se ubican en la diagonal. Una gomería que ocupa un edificio de hormigón sin terminar que, además, sobrepasa la media de elevación del resto de las construcciones, y un locutorio que luce, o mejor dicho desluce, una iluminación de tubos fluorescentes en la puerta de acceso. En un negocio de artesanías, a un par de cuadras de la plaza, nos cuentan que la lucha del pueblo y las autoridades por mantener el estilo es denodada contra los patrocinadores de una modernidad que no aporta el menor rastro de belleza. A propósito, la calidad de las artesanías es una nota destacada en Cachi. La obra de  artesanos con nombre y apellido es fácil de encontrar en ella, mucho más que en Cafayate, por ejemplo.
No pudimos hacernos una idea muy precisa de la gastronomía local, porque siempre almorzamos fuera de Cachi. Pero baste con decir aquí que en el restaurante Viracocha comimos muy bien y que la oferta de la hostería del ACA es más que razonable. De todas maneras, dedico algunos comentarios más en un artículo específico sobre la gastronomía del Valle.  
En nuestro segundo día en Cachi, fuimos hasta la Poma y en el último,  fuimos hasta La Paila y volvimos a Payogasta donde almorzamos con Alejandro Alonso. 


2 comentarios:

  1. Cachi me produce cierta tristeza por esa manada de cocineros que hicieron una mamarrachada de lucimiento personal, pregonando intenciones de atender a los productores del lugar. Hasta ahora, por lo que me cuenta un lugareño, no pasó nada. Les compraron ají molido o pimentón al precio ridículo que están acostumbrados que les paguen, se llevaron kilos de especies y no ha vuelto a pasar nada. Le pregunté a una cocinera que fue de las más fotografiadas que pensaban seguir haciendo, y con gran habilidad me dijo: "lo que haremos, será de manera silenciosa..." (después de haberse mostrado en la primera plana de La Nación....) Conclusión, al momento no han hecho nada y los meses corren....

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    1. Gracias, Alejandro Maglione, por tus comentarios.
      Tus reflexiones, siempre agudas y honestas, enriquecen de manera notable, mis humildes apuntes.
      Ya hemos discutido el tema en otros espacios. Si bien tiene varias aristas a considerar, debo reconocer que tu punto de vista dan en el centro del problema. ¿Se puede esperar más de nuestros cocineros mediáticos?
      Por otro lado, tus reflexiones me da el pie para otra. El pimentón de Cachi y Payogasta (uno de los mejores del mundo) requiere una intervención que lo jerarquice en los grandes mercados. Avanzar hacia una denominación de origen, el incremento de la molienda y del fraccionamiento en origen es una oportunidad que todos los actores deben considerar.

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