sábado, 6 de octubre de 2012

Impresiones de Lisboa (2007)


5 al 7 de marzo de 2007
Estas son las primeras notas que escribí sobre Lisboa. Las fui escribiendo casi como un diario. Están llenas de un asombro ingenuo, eran las primeras calles que recorría en una ciudad europea; pero también de frescura. Ahora las reescribo para su publicación en El Recopilador, tratando de que ambos atributos pervivan (sólo elimino algunos párrafos que carecen de interés y corrijo incorrecciones gramaticales)... es que aún Lisboa huele a comida casera en mi memoria.  
Las imágenes que acompañan este articulo
son propiedad del autor

5 de marzo de 2007
UNO
Lisboa, vista desde el aire, parece una ciudad roja, como si no hubiera  techos que no fueran de tejas. Cuando ya estás en el centro te das cuenta  que no todo es así. Sin embargo, esa primera impresión coincide con lo que  esperaba de esta ciudad que, en algún sentido, se resiste, por fortuna, a ingresar en la uniformidad del siglo XXI. Ya habrá otros lugares en el mundo que también lo hagan con felicidad.
DOS
Lisboa es una ciudad maravillosa. Cuando camino por sus calles,  puedo confirmar lo que vi desde el aire y más.
Salimos del hotel que está en la moderna Avenida Libertade (una modernidad de mediados del siglo XX, claro está). Son las 10 de la mañana (el dato es importante). Decidimos caminar hacia la Plaza Rossio. La Avenida Libertade se abre señorial desde la Plaza Marqués de Pombal (a unas tres cuadras del hotel en que estamos parando) para desembocar precisamente en nuestro punto de destino. La caminamos disfrutando de un bulevar europeo.
A pocos metros del hotel, hay otros de cinco estrellas pertenecientes a cadenas internacionales que tienen restaurantes refinados. Sin embargo, lo primero que percibimos es un olor fuerte a comida casera (bacalao, cebolla y ajos que comienzan a cocinarse en jugosos sofritos). Miro alrededor y sólo veo un restaurante a la moda de la gastronomía internacional de nuestros días. El aroma no puede provenir de allí, me digo con gesto incrédulo. Allí la cocina debe tener contrastes sutiles y no la contundencia de la cocina popular... dudo entonces de mis percepciones, se lo comento a Juan, trato de percibir los aromas de los árboles para aventar cualquier confusión... pero, no... se trata claramente de  comida casera y no hay otro restaurante a la vista. Andamos un poco más, nos apartamos de la avenida, iniciamos una subida incipiente a una de las colinas y encontramos esos aromas que navegan con especial énfasis a cada paso que damos. Parece provenir de cada una de las puertas de los pequeños restaurantes de diversa catadura de comida popular o comida al paso a disposición de turistas gasoleros y de trabajadores de oficinas y negocios de la zona. Ese parece ser el olor de esta ciudad.
Volvemos a la Avenida y la cruzamos. Tenemos ahora los edificios de la vereda de enfrente en la línea de nuestra visión. Pero, ¿qué es esto?
Muchísimos frentes están azulejados, aún los que pertenecen a edificios  de cierta categoría. Vemos edificios de varios pisos con frentes azulejados  y techos de teja y las veredas con un diseño de mosaico de granito que  luego veremos en toda la ciudad. Las veredas me recuerdan a las fotos que he visto de Río de Janeiro y Bahía de El Salvador.
Rebasamos la Plaza de Rossio y enderezamos por la Rua Do Ouro hasta la Plaza del Comercio. Es un punto de transferencia de transporte de  pasajeros. A pocas cuadras a derecha e izquierda están las estaciones de  ferrocarril con servicios locales, nacionales e internacionales. En torno de  la plaza tienen sus paradas autobuses y tranvías. Algunos de éstos son bastante modernos y llevan un fuelle que les permite doblar por las callejas de la ciudad. También hay varias líneas de tranvías tradicionales con coches que tienen más de setenta años. Son los que suben al barrio de Alfama y al barrio Alto. Más allá el Río Tejo se deja ver en la fresca humedad de la mañana.
TRES
Intentamos una primera caminata por Alfama. Pasamos por la catedral (el  Sé) y volvemos a bajar. Queremos llegar a la estación de trenes de Santa  Apolonia para ver si podemos ir a Sevilla por tren. Creo que hemos penetrado el corazón del barrio del fado, pero sólo lo hemos rozado.
En esta caminata, elegimos almorzar, a nuestro regreso, en un restaurante de Alfama que nos había sorprendido por sus aromas. Después de caminar mucho y realizar nuestra infructuosa gestión en Santa Apolonia, decidimos que si cruzábamos por Alfama, acortaríamos el camino al restaurante elegido. Craso error. No damos con la esquina. Ahora, abandonado ya el propósito, llegamos al corazón del barrio y al castillo de San Jorge. Nos ha costado un gran esfuerzo porque todas las calles que tomábamos nos conducían hacia arriba y porque creíamos estar caminando en otra dirección y porque... en fin, nos hemos perdido entre las calles de Alfama...
Intento poner orden en mi mente e intuir la racionalidad del diseño urbano, pero no lo logro. Intento retener los nombres de las calles de una esquina por lo menos, pero no lo logro. Es que no es tan sencillo porque se trata de ruas, largos, travesas, escandinhas, becos, secas... Intento buscar en el plano el sitio en donde estoy, pero no lo logro. Yo que caminando por sus calle, pude entender, sin perderme, la estructura de Parque Chas, me encuentro perdido en Alfama. Entonces me relajo y dejo que el barrio me conduzca a  mí a través de las veredas que se abren a cada paso hasta que, por fin, Alfama nos devuelve hacia la Plaza del Comercio, donde almorzamos en la  terraza de un restaurante.
El local está presidido por una foto de tamaño natural de Fernando  Pessoa... nos encontramos allí, en los platos que pedimos, los aromas que  nos acompañaban por todos los rincones de la ciudad desde que dejamos el  hotel. Dicen que los portugueses se ufanan de poseer 365 recetas de bacalao, la que probé allí es sólo una de ellas...
CUATRO
No entiendo por qué, esta ciudad que expresa su identidad, entre otras cosas, en los azulejos de los frentes de los edificios ha decidido revestir las  paredes de las estaciones de subte con mosaico veneciano.
CINCO
Estuvimos en la Cervejaria da Trindade. Costó un poco encontrarla.  Realmente poco porque las orientaciones de quienes consultamos fueron  progresivamente puntuales. El primero nos indicó el barrio; el segundo, la  orientación de nuestra marcha en el barrio; el tercero, la proximidad y el  cuarto, el sitio exacto. Pareciera que a los portugueses le cayera bien el  papel de anfitriones, se desviven por comunicarse, aunque no logremos entendernos con precisión. La cerveza no es  excelente, pero se deja tomar. El lugar es encantador, en el  barrio (a una cuadra de una iglesia y a pocos metros de unos locales  dedicados a comercializar pornografía) y en el interior. Las tapas más que aceptables (jamás comí tantos porotos en mi vida).
6 de marzo de 2007
UNO
Esta es una ciudad de aromas, sonidos y colores. Hay como una unidad estética sensual que parece guiada por un sujeto colectivo (si uno presta atención a las indicaciones en las paredes, las áreas de protección estatal son muy  amplias). No diremos que no existe la contaminación visual, pero la  profusión de publicidad en la vía pública es escasa. De los aromas ya he  hablado. La música aparece en algunas casas de barrio o en las disquerías  del centro. El fado predomina. Su sonido, como la estética de la ciudad,  está asociado a una palabra cuyo sentido es de difícil acceso: saudade (¿tristeza?, ¿nostalgia?, ¿melancolía? o ¿simplemente saudade?). El  diccionario de la Real Academia Española la acepta en el castellano y la  define como soledad, nostalgia, añoranza; pero no estoy seguro que en  portugués tenga exactamente el mismo sentido o, mejor dicho, creo que los portugueses le agregan una carga subjetiva que significa algo más, tal vez, una cifra de secreta identidad diferenciadora... pero ¿cómo saberlo con certeza?
DOS
La ciudad tiene unos ritmos calmos y un andar sereno. No parece que el  tránsito pueda congestionarse en algún momento del día. Hemos andado en  transporte público en días hábiles y en horas pico (incluso en subte) y sólo  hemos visto una esquina en que los autos tienen que esperar un poco.
Esta mañana hemos ido a Belén. El barrio concentra su atención en  un espacio reducido. He contado hasta seis museos y un enorme centro  cultural en el radio de ocho manzanas. Entramos en la Iglesia del Monasterio de los Jerónimos y una sensación de recogimiento inigualable nos invade. Los turistas respetan con algún esfuerzo la consigna de  silencio que se reclama en discretos carteles estratégicamente distribuidos  en el edificio.
7 de marzo de 2007
UNO
Es la 0:10 hs. Y recién llegamos de Alfama. Habíamos reservado una mesa en el restaurante Casa de Linhares bajo la promesa de que ese es el mejor lugar para escuchar fado en toda la ciudad. Tuvimos buena música de verdad. No hubo una puesta en escena artificiosa... bueno, el fado en su simplicidad tampoco lo permitiría... sólo voces y guitarras.
¡Qué es esto del fado! Parece tan poca cosa y sin embargo... una voz, unas guitarras y nada más; y sin embargo... es saudade, es esta ciudad.
No puedo identificar un ritmo definido que sea el fado, pero todas las canciones tienen una cierta afinidad. Me evocan milongas y estilos y esos tangos de Gardel que contienen el espíritu campero.
Hemos intentado encontrar en una disquería del centro dedicada al fado, las  grabaciones de los cantores que escuchamos anoche, pero no todos los discos se  venden en el circuito comercial.
DOS
Volvimos a Alfama. Para no perdernos decidí que el mejor camino sería  seguir las vías del tranvía 12. Dimos con una esquina en que éstas se separan de las del tranvía 28. En el sitio se dispone una pequeña  plaza con árboles, bajo cuya sombra no sentamos un momento. Estoy feliz del recurso, no me obliga a tener un control mental del terreno... estoy feliz  porque recorro la ciudad a su antojo y no al mío... me relaja... veo venir el  tranvía, corro a tomarlo... nos deposita en la mismísima Praça da Figueira.
TRES
Ingresamos al museo arqueológico del Carmo. Se trata de una iglesia  imponente que ha perdido su techo en el terremoto de 1755. La colección  es compleja y su exposición no guarda orden ni lógica alguna que yo haya  podido entender. Visto desde afuera, sobre uno de los laterales, diría que  apoyado en la vieja sacristía, puede verse un edificio más nuevo que parece  ser el resultado de la reconstrucción del convento después del terremoto  (hoy es la sede de la Policía Republicana). Del recorrido que hago, sólo me detengo a observar el edificio. ¡Qué trágico sufrimiento habrá conmovido a  los habitantes de esta ciudad en aquel terremoto arraigado en la memoria  colectiva como para que se atrevieran a conservar aquella iglesia desnuda!
Salimos y decidimos bajar a la ciudad a través del elevador de Santa Justa. El día es azul, como en un otoño en Buenos Aires, el Tejo está sereno y una ráfaga de música nos llena de fado. Se me hace una aparición tan mágica como los aromas del primer día, como cuando recorrimos Alfama por primera vez y la música provenía de las casas de los vecinos... sin embargo, esta vez se trata de una disquería que está a pocos metros del elevador, en la parte baja, apenas cruzando la calle.
CUATRO
¡Por fin una copa de vinho verde! En un pequeño restaurante de la rua Portas de S. Antao, un bodegón al estilo del El Obrero de La Boca, pude tomarme una botellita de vinho verde DOC. Para probar, para tener una impresión, no está mal. Es un vino fresco, ácido y de baja graduación alcohólica, va muy bien para aplacar la grasitud del bacalao que me sirvieron...
CINCO
Aquí parece haber un afán ordenado por la conservación histórica. Así  parece por lo menos en la costa (desde Santa Apolonia hasta Belén) y  adentrándose más o menos un kilómetro. Luego, la ciudad crece en lentas modernidades que, como en todas las ciudades, representan modas sucesivas.
Lisboa parece armonizar su desarrollo, no hay choque entre la zona histórica y la tecnología aplicada que puede verse en ella. Luego, atrás, los barrios se multiplican cada uno con su estilo y los nuevos con mono bloques respetan el gusto portugués por los azulejos y los tejados.
Sin embargo, la presión de lo moderno hace de las suyo. El hotel Sofitel exhibe una espantosa fachada hacia la avenida da Libertade a tres cuadras  de la Plaza de Rossio.
¿Cómo tendrán que hacer las ciudades para resolver estas tensiones, para  preservar áreas de valor histórico sin lesionar la dinámica de la  modernización y sin que ésta desnaturalice lo histórico? No resulta ocioso plantear el problema porque la ciudad vieja, obviamente, también agrega valor monetario al conjunto.
En síntesis, esta ciudad parece estar en mejores condiciones para establecer un desarrollo equilibrado que Buenos Aires. ¿O es sólo la impresión que me llevo cuando me subo al colectivo que me dejará en Sevilla?

3 comentarios:

  1. Me senti recorrer esas calles que nunca camine con el relato, gracias!

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    1. Gracias, mer, por tus comentarios.
      Si la vida te da la oportunidad, no dejes de recorrerlas por tu cuenta.

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  2. Gracias, Ana y Blanca, por el comentario.

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