sábado, 8 de septiembre de 2012

Cartas de Salta (hoy vuelvo a recordar)


Por José Fernández Erro y Mario Aiscurri

Lunes 24/07/2006
José, querido amigo:
Estoy de vacaciones, pero sumergido en el trabajo. Acabo de terminar con las correcciones de la Tribu..., finalmente intervino una correctora de la editorial, antropóloga ella, que me ayudó a uniformar el estilo, sobre todo en las trascripciones testimoniales. Tus comentarios, los de Alejandro Cataruzza y, obviamente, los de los testigos han contribuido en no poca medida para que el libro sea lo que es: lo mejor que pude escribir a esta altura de mi vida sobre el tema. En lo que a vos toca, quiero agradecerte el trabajo que te tomaste.
Con Haydée pensamos pasarnos algunos días en Salta para la primavera (si es que esto que estamos viviendo puede ser denominado invierno y no nos desorienta con respecto a la sucesión cíclica de las estaciones). Si tenés un poco de tiempo ¿podías darme algunas referencias sobre la ciudad? Qué sé yo, hoteles, restaurantes, lugares de interés (recuerdo los comentarios de Marta y tuyo sobre el museo indígena).
Quiero hacerme una escapada a Cafayate. ¿Qué debo saber por anticipado? Digo, hoteles, medios de transporte, bodegas que pueden visitarse, etc. 
En otro orden de cosas, estamos un poco vagos con nuestros encuentros, ¿que tendríamos que hacer, por dónde retomar el hilo? Sí, sí, ya sé, en principio por recuperar el hábito de las cartas, pero ¿qué más?
Te tiro la inquietud, para ir pensando. Un abrazo, Mario.
Domingo 30/07/2006
Querido Mario:
Regreso del Brasil y me hago un tiempo para contestar tu carta. También yo
estoy muy atareado y sin vacaciones a la vista. Hice un viaje rápido a Salvador da Bahia y he pescado algunas imágenes en el mar verde:
Estaré con su mar en suave diálogo
que va del verde al gris, del gris al verde
y del verde a los barcos de la noche
que son lentas estrellas navegantes.
Ahora estoy preparando un curso que tengo que dar en Venezuela a partir del 10 de agosto. Sin embargo, coincido en que hay que retomar los encuentros.
No hay mucho que pensar en este aspecto y es sólo cuestión de poner fecha y concertar voluntades. Yo también estoy bastante disperso y aislado. Los días pasan y, sin que haya ninguna razón o desavenencia, la distancia se vuelve sostenida. Es la vieja historia de la amistad en un mundo tan poco hecho a ella como el que nos toca. Perseveremos y aupémonos unos a otros.
Con respecto a Salta, mucho y nada puedo decirte. Es cuestión de andarla y verla.
No quiero caer en un hábito que detesto y es tan usual en nuestro medio.
Cuando vas a viajar a un lado viene un tío y te dice: andá a tal lado, no dejes de comer en tal otro, si no probás el vino tal sos poco menos que un tonto, levantate a las seis de la mañana para ver amanecer en el cerro... Y resulta que a uno se le antoja ver amanecer de vuelta de una guitarreada o, simplemente, dormir hasta el mediodía, sin ser por eso mejor o peor viajero. Hecha esta salvedad, te pasaré algunos datos que sólo son "mis datos", mis coordenadas personales para andar por la Salta que siempre me convoca y a la que llamo desde hace muchísimos años Saltadentro.
Cuando llego a Salta, lo primero que hago es callejear. Subo al San Bernardo caminando porque detesto el teleférico (horrible nombre si los hay). Saludo a mis amigos en sus respectivas estatuas: Don Sanca, Castilla, Jaime. Doy vueltas a la plaza que en los últimos años ha crecido mucho en belleza, asemejándose a las europeas... Eso, andar y ver:
Esta es la ciudad. Yo la recuerdo. Casi nada ha cambiado si la miro con ojos duraderos. Vuelan las palomas si la camino. Y el cerro sigue allí, verde y humano, capitaneando gauchos, elevando zambas. Voy por Caseros hacia el origen. Regreso a aquellos días de esperanza. Y me dejo acariciar por esta gente buena que convida sus empanadas y ofrece su vino popular. Todo esto sucede en la ciudad hecha a la medida de la belleza y la nostalgia.
Mi segunda tarea es entrar a cuanto boliche puedo. Tengo mis preferidos: la
vinería de López en Leguizamón al 1500; el Modelo en la calle España, de la Catedral hacia el oeste; la digna gastronomía de Gervasio, en Balcarce al 800; la comida andina de José Balcarce, en Mitre y Necochea. Aunque parezca paradójico, hay dos cosas difíciles de hallar en Salta para quienes estamos acostumbrados a las buenas: la guitarra y la empanada. No son buenas las famosas peñas de la Balcarce y sólo la Casona del Molino, por Caseros al fondo, me ha dado satisfacciones. Hay que tener suerte y tratar de ir el viernes o el sábado. A veces no pasa nada y a veces pasa. Cuando fuimos con Miguel volvimos de día, pero ir con alguien que guitarrea es una ventaja muy grande.
Con respecto a las empanadas, hoy por hoy no me atrevo a jugarme por ningún sitio. No sé cómo estará lo de Topeto Díaz, en la 20 de Febrero entre Urquiza y Entre Ríos, porque no he ido en los últimos viajes. Hay un boliche en la recova oeste de la plaza 9 de Julio, casi junto al excelente museo de alta montaña, donde son dignas. Pero recomendables, sólo las de Paco Cuéllar en la panadería de Alfredo, en San Lorenzo, sobre la avenida Juan Carlos Dávalos, subida principal a la quebrada, cerca de donde trabajaba La Gaucha. Da gusto sentarse en la galería y dar cuenta de varias docenas acompañadas de un sencillo torrontés en jarra. Cuidado con la tornatranca del torrontés porque da mucho dolor de cabeza.
Aunque ando viviendo muy de tejas abajo, trato de no dejar de pasar a saludar al Señor y a la Virgen del Milagro. Esta, la del Milagro, es la auténtica madre de los salteños.
A Cafayate me voy con El Indio. De Alemanía al sur la tierra es un lujo ensangrentado:
Tan de sangre es la tierra, tan de ocaso
y tan de soledad y despedida,
que si paso, al pasar pasa la vida
desangrada en la tarde con su paso.

Me quisiera quedar bebiendo el vaso
de vino que este valle me convida,
tinto de atardecer, tinto de herida,
y tinto de Castilla y Garcilaso.

El camino va arriba y entra al tajo
que fue labrando el agua en el roquedo
para poder hacer su travesía.

La estación desolada queda abajo:
ya sin tren, ya conmigo que me quedo,
esperará la muerte Alemanía.
No me ha ido muy bien comiendo en Cafayate, salvo en El Divisadero, donde una gente muy humilde vende sus empanadas y sus humitas bajo los árboles.
Subiendo allí, da gusto llegarse a la bodega de Mounier y, como su nombre lo indica, contemplar el valle azul desde lo alto...
Un abrazo, José.
Buenos Aires, 25 de octubre de 2006
José, querido amigo:
Aquí estoy de vuelta de nuestra querida Salta. No hice nada... ni caminos, ni calles, ni cerros, ni quebradas... Dejé que ellos me hicieran a mí y me dajaran dulces marcas indelebles. De tus recomendaciones, sólo seguía pie juntillas la primera: andar las calles, subir al cerro y entrar a probar suerte en cualquier boliche con resultados que alcanzaron a sorprenderme.
La ciudad ha crecido mucho. Dejó de ser ese pequeño pañuelo que apenas alcanzaba a superar en dimensiones a algunas de las ciudades de nuestra pampa húmeda, para pasar a ser una gran capital de provincia con una city nerviosa y acelerada en los ritmos de bancos y comercios... Eso sí, a tres cuadras de la plaza 9 de Julio, la siesta sigue siendo señora (no sé como haré para volver a acostumbrarme a no dormirla). Desgrano algunas impresiones de mi viaje en los próximos párrafos. Tendrás que perdonarme si abuso de los tiempos verbales perfectos, adquirí ese modismo con la siesta, las empanadas y las jarras de vino regional.
Lo primero que me ha sorprendido de la ciudad fue la presencia italiana con la que no contaba. El auto que nos ha llevado desde el aeropuerto, torció por Santiago del Estero con el fin de alcanzar nuestro destino sobre la calle Deán Funes. Allí mismo, y poco antes de llegar, puede verse el edificio de Il Consolato. No es poca cosa esa presencia, más cuando a los pocos minutos de instalados, hemos decidido darnos una vuelta por el centro de la ciudad pasando por la iglesia de San Francisco. Nunca me había preguntado por el origen de ese rojo garibaldino que gasta la fachada. Una maravillosa visita guiada por espacios del convento en que se exhiben algunos objetos de valor artístico e histórico que los frailes han puesto a disposición de las visitas, me confirmó una percepción inicial cuando vi la cúpula neoclásica, donde se ve claramente el gusto italiano, y me permitió otra al salir, los cortinados a manera de telones recogidos dispuestos en las arcadas que comunican el atrio con la puerta del templo. Siempre he ensayado la idea de que la diferencia principal entre españoles e italianos, reside en el carácter trágico que le asignan a la vida los primeros, bien diferente al dramatismo con que la viven los segundos. Esos cortinados casi me convencen de que mi juego de ideas asigna valores verdaderos a la comparación (ma, soltanto scherzava).
Es verdad que la plaza está muy linda y disfrutable desde las terrazas de los
bares y restaurantes que avanzan sobre ella. Cansado del viaje y de buscar tu recomendado El Modelo sobre la calle España (¿Será tal vez El Moderno?). Volví sobre mis pasos e ingresé en un restaurante que me pareció muy lindo, sobre la calle Mitre (luego supe que el boliche se llamaba, se llama, Cavas de Piedra).
Allí probé mis primeras empanadas, regadas con torrontés de Mounier, y me parecieron bastante buenas. Entonces me pregunté si yo era poco sabio en empanadas o vos, demasiado exigente. También me pareció interesante la carta que combinaba platos muy tradicionales con una selección de otros descriptos bajo el título de “Cocina de alta montaña”. Se trata de propuestas muy modernas en su concepción, desarrolladas con ingredientes andinos (carne de llama, quínoa, maíz, papas y ajíes). Me pareció entender que lo de José Balcarce ofrecía algo parecido, pero como a este restaurante fui el último mediodía que estuve en la ciudad, no alcancé a conocerlo porque sólo abre de noche. En fin, a Haydée y a mí nos encantó ese restaurante.
¡Ah, que sorpresa! Cuando, al día siguiente, busqué el Museo de Arqueología de Alta Montaña y me di cuenta que el restaurante se disponía sobre su medianera.
Es, Salta, una ciudad amable, casi podría incluirla entre mis ciudades predilectas (con Mar del Plata, Oberá y Montevideo). Como en casi todas partes he visto “caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra”. Pero hay una notable predominio de gentes “que danzan o juegan... y no conocen la prisa ni aún en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino; donde no hay vino, agua fresca”. Allí está el Nano, por ejemplo, que para ganarle a la vida, lustra con entusiasmos los zapatos de los viajeros en la Plaza 9 de Julio. Sueña con que a su familia no le falte nada, con que sus hermanos completen sus estudios y, él mismo, la secundaria y sueña que tus zapatos luzcan lustrosos como nunca en tu vida.
En sus múltiples contrastes, Salta hace gala de despliegue artístico e intelectual que se expresa en sus museos. Está claro que un vicio profesional me conduce a ver la vida en esas colecciones de cosas muertas. Con todo, creo que debe destacarse el cuidado puesto en las instalaciones. Allí lo vivo y lo muerto se resignifican y la vanguardia artísticas, si me permitís el arcaísmo, se amucha con el célebre dibujo de Güemes que Schiafino hiciera hace más de cien años.
He decidido subir al cerro por la escalinata. En el primer escalón, después de rodear el monumento a Martín de Güemes, como bien conocés, aparece el edificio moderno del Museo de Antropología de Salta. Me gustó ese edificio moderno en el estilo de la modernidad de los años sesenta y setenta. Su enorme vidriera captura la luz exterior como en una mágica boardilla de bohemia parisina. Los objetos se presentan con claras exposiciones en un orden cronológico que no elude la referencia a la actualidad de las comunidades aborígenes. La sala dedicada a Santa Rosa de Tastil atrapa y el recorrido por el último corredor, en que se presentan los alimentos americanos, ilustra sobre la sabiduría culinaria de aquel rincón del planeta. Allí también se dice que la costumbre de mascar coca es ancestral y saludable, que nada tiene que ver con el invento europeo del clorhidrato de cocaína... a la vez que se insinúa que no es justo que sólo la Coca Cola tenga derecho a uso legal de ese vegetal.
No te diré mucho más sobre los museos de arte (el de arte contemporáneo y el de bellas artes, montado en una vieja casona salteña) que lo dicho arriba, ni de la corrección del museo del Cabildo (este es una dependencia del gobierno nacional), aunque no pude explicarme por qué no existe en él la más mínima referencia al coronel Boedo quien forma parte de la negra lista de los gobernadores asesinados por el General Lavalle.
Un párrafo aparte merece el Museo de Arqueología de Alta Montaña, el la calle Mitre, frente a la plaza. Por supuesto que es un despliegue de modernidad y cientificismo (éste es moderno en el estilo del 2000: vitrinas climatizadas, medios audiovisuales y el montaje minimalista sobre un edificio decimonónico). Sobrecoge encontrarse con la mismísima Reina del Cerro en el rincón de una de las galerías. Pero, aunque el montaje colabora notablemente (un pedido de respetuoso silencio al entrar en la sala, una vitrina apartada y sólo visible de manera casi individual), lo que verdaderamente sobrecoge es la vitalidad del gesto del dolor de la niña frente a la muerte inevitable que ha quedado conservado para los tiempos. Decime, si al contemplarla, no sentís en la intimidad de tu corazón que la vida y la muerte se resignifican más allá de las teorías científicas que manipulamos filósofos e historiadores.
Salta es también una oportunidad de encontrar vida en la vida. ¿Qué cómo es esto? Quiero decir, ¿qué es la vida en Salta? Es la fe en el Señor del Milagro, es la música, el vino y las empanadas, es la ciudad febril de los que en ella trabajan, es la sed de conocerla de los viajeros. Decías en la tuya que es muy difícil encontrar guitarreadas y buenas empanadas en esa ciudad. Me consta más lo primero que lo segundo.
Te cuento que intenté dos cosas con respecto a los boliches, a saber: hacer mi propia búsqueda y seguir tus recomendaciones. Me fue mejor con lo primero que con lo segundo. Encontré algo más que dignas empanadas en el boliche que está al lado del Museo de Arqueología de Alta Montaña. Eso ya lo he comentado arriba. Además encontré otros boliches, una parrilla frente al parque en San Martín y Catamarca (se llama La Rinconada). Ofrece una humita deliciosa. Otra parrilla en la calle Balcarce a 800 (creo que se llama La Leñita) donde comí carne muy bien asada. En todas, las empanadas se dejan comer, pero guardan distancias de las de la Cava. Sin embargo, en Belgrano y Zuviría hay un boliche, un bar con las trazas de tantos que hay en Buenos Aires, se suelen ofrecer sandwiches y minutas. Allí, la sorpresa fue que comí unas empanadas muy buenas.
Sí, es difícil encontrar buenas guitarreadas. Tuvimos la fallida experiencia de concurrir a una de esas “peñas” de la calle Balcarce con un espectáculo variopinto y decadente. Claro está que hubo un par de números muy interesantes: un dúo de guitarreros muy bueno cuyo nombre no recuerdo, un cuarteto de bellas voces femeninas (creo que se llamaban Las cerrillanas) y un ventrílocuo notable. Pero completaban la función la adocenada combinación de bailarines de tango espectáculo con malambeadores histéricos. Estaba allí con unos amigos y les recordé un viejo episodio de Inodoro Pereyra en el que el Renegáu intervenía en un espectáculo de estas trazas con unas boleadoras luminosas. No he acabado de mencionar esa hazaña que accedió al proscenio uno vestido de paisano portando sendas antorchas en sus manos, las que eran reboliadas mientras zapateaba en una mezcla de malambo, cueca chilena y flamenco.
Al día siguiente, tuve la fortuna de releer tu carta y asociar lo que ella dice con las recomendaciones de un amigo mío porteño que me encontré paseando con su cuñado salteño por la calle España. Fue así que di con la Casona del Molino, donde mucho del espíritu que buscaba logra recuperarse. Envidio que hayas estado allí con Miguel Albrecht y su guitarra. No me quedé con las ganas aunque me fui tempranito porque a la madrugada tenía que montarme en El Indio, rumbo a Cafayate.
Al día siguiente ya no era la ciudad de Salta la que estaba servida sobre la mesa de un apetito viajero. La visita a Cafayate es bella desde Alemanía, más o menos donde comienza la Quebrada de las Conchas, hasta el Divisadero, desde donde el Valle de Cafayate se ve en toda su dimensión. El viaje me deparó otra impresión, para mí sorprendente: la gran extensión del Valle de Lerma que imaginaba mucho más pequeño.
Tu poema describe maravillosamente el paisaje de la Quebrada. Ya en la ciudad de Cafayate, hubo poco por recorrer porque nos sorprendió la hora de la siesta.
De bodegas, recorrí las instalaciones de Domingo Hermanos y no pude acceder a Mounier porque los domingos está cerrada. Lo que verdaderamente me sorprendió de la ciudad viñatera fue el desarrollo de arte plástico y las artesanías. No de las piezas de una industria falsamente artesanal, sino piezas únicas de artesanos que firman sus trabajos.
El último día, por la tarde, todo fue el disfrute de tomar una pinta de cerveza Salta tirada (ni extraordinaria, ni desechable) en las terrazas de la Plaza 9 de Julio y macerar todo lo vivido para traerlo a Buenos Aires como un tesoro preciado. No me quedaron cosas pendientes en Salta más que el deseo de volver y volver a Cafayate, tal vez a través de Cachi y Molinos.
Un abrazo, Mario.
Viernes 27/10/2006
Querido Mario:
Veo que aprovecharon intensamente los días en Salta y la experiencia dará para más de un intercambio dialogal y cancionero sobre pagos tan amados. Por ahora me limitaré a responder algunos aspectos puntuales de tu carta.
Salta ha crecido y crece. La expansión periférica es notable. Se ve, además,
que hay un buen pasar, inusual en otras ciudades del país. Basta con darse una vuelta por el mercado o por esa especie de Once que es la San Martín, para percibir que hay distribución de la riqueza entre los pobres.
Los italianos anduvieron por Salta e influyeron en su arquitectura. Que la impronta de la ciudad sea el estilo colonial no significa exclusividad. Tampoco faltan los apellidos italianos en su poesía y folklore: Luzzatto, Botelli, Cresceri, Isella...
El boliche que mencionás es, efectivamente, El Moderno, aunque nada tenga de moderno. Mío fue el error. De Cavas de Piedra te daba yo referencias en mi carta: "hay un boliche en la recova oeste de la plaza 9 de Julio, casi junto al excelente museo de alta montaña, donde son dignas". Quedaba así a salvo la dignidad de sus empanadas. Tal vez sea cierto que soy demasiado exigente en la materia. No conozco el bar de Belgrano y Zuviría y ya iré a probarlas en mi próximo viaje, si Dios quiere en diciembre.
Poco más puedo agregar del museo de alta montaña y del misterio que rodea a sus momias. Apenas este poema que escribí después de mi visita:
La niña del rayo
Déjenme descansar bajo la nieve,
rodeada de silencio,
infinitamente sola
en la encrucijada de los siglos.
Como en un quipus anudado con olvido
contaré los breves días de mi vida,
porque fui niña elegida por el inca,
paloma adormecida por la chicha
y muerte incomprensible.
No quiero que me alejen del Llullaillaco
para responder las preguntas
de la abajeña gente.
El dios que como rayo
desciende de los cielos de la puna
quema mi costado de niña herida.
Esto soy:
un punto,
una apacheta de carne y hueso
por donde pasan los caminantes
en busca de su origen divino.
No me quiten, entonces,
de mi altísima querencia.
Yendo ahora a los venideros encuentros, estaría muy bien ir a Antares, con nuestras respectivas mujeres. El dueño de casa ha dado su aprobación para el cordero del próximo fin de semana. Tendría que ser el domingo, porque el dueño de casa trabaja el sábado a la mañana.
Un abrazo. José.
Sábado 28/10/2006

José:
En ambos casos digo que sí. Nos veremos en las horas propuestas de los días establecidos en Antares, aunque quede tan lejos, y el Quilmes Oeste que, como bien sabemos, queda en algún sitio entrañable de nuestros corazones. Con respecto a Salta, ya hablaremos, pero te adelanto dos cosas, a saber: sí recuerdo que me habías recomendado las dignas empanadas de Cavas, pero llegué al boliche más por casualidad que por recomendación; con respecto a las preguntas de los abajeños de tu poema, no sé si la niña del rayo está más segura en Llullaillaco que en Salta.
¿No te parece que es un buen tema para compartir unas cervezas?
Un abrazo, Mario.

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